Colombia, una tragedia de Sófocles

Lo clásico adquiere su condición porque en su retorno, siempre regala algo nuevo al presente. Las tragedias griegas no han pasado de moda desde los tantos-cientos años antes de Cristo que fueron escritas y han dicho algo pertinente ahora cuando, en distintos momentos de la historia, han sido leídas. Las obras del teatro griego son los clásicos por excelencia. Este es el caso de la tragedia de Antígona.

La filosofía, por ejemplo, ha echado mano de la obra de Sófocles para pensar dimensiones de la ética y la política. Autores como Hegel, Kieerkegard, Lacan, Derridá, Butler, Zizek, entre muchos muchos otros, han encontrado en la tragedia elementos e interpretaciones que hoy nos sirven para pensar nuestro presente.

La historia de Antígona va más o menos así (a quien le interese el detalle, le propongo que se ponga la 10 y la busque: está el recurso online, las librerías de libros nuevos y de segunda o pregúntele a esa tía o al abuelo que tiene biblioteca, seguro lo encuentra): Edipo y Yocasta, hijo y madre, tienen, producto de su matrimonio incestuoso, 4 hijos: Ismene, Antígona, Polinices y Eteocles. Como es usual, los hijos varones se quedan con el trono y según acuerdo deberían habérselo turnado. Eventualmente Eteocles se apropia del poder y Polinices se emberraca. Así las cosas, Polinices se va a otra ciudad, se consigue un ejercito, le arma un quilombo al hermano, el otro le responde, se arma tremenda guerra y los dos se matan entre sí. Creonte, el tío de los hermanos, se queda con el trono y decide enterrar dignamente sólo el cuerpo de Eteocles, mientras que el de Polinices es sentenciado a yacer sin sepultura a las afueras de la ciudad como resultado de la traición a su patria. 

A Antígona no le convence el asunto y se opone al dictamen de su tío aún a sabiendas de que la ley lo soporta. Entonces, recoge el cuerpo de su hermano, lo entierra en la plaza pública de Tebas y le practica los debidos ritos funerarios. Antígona, con este acto, no sólo se opone a la ley, sino que opina que está siguiendo una ley distinta a la del Estado. Al final, por orden de Creonte, es condenada a ser sepultada viva en una tumba. La tragedia finaliza de la manera más trágica posible (como es de esperarse): Antígona se suicida, el hijo de Creonte (que es al mismo tiempo el prometido de Antígona) se suicida y su madre (la esposa de Creonte) procede igual por el dolor de ver su hijo muerto. La obra concluye con una maldición sobre Tebas enviada por los dioses a Creonte y el susodicho sufre arrepentido.  

Revisemos esto, Antígona es una mujer que, en vista de la injusticia, se opone directamente al Estado. Su oposición nos habita: en muchas ocasiones nos encontramos frente a leyes o instituciones que consideramos injustas, y en el mejor de los casos nos oponemos a seguirlas, o simplemente lo hacemos con resignación. La lucha de Antígona radica en el uso de la tierra, en decidir y apropiarse de lo público, que en este caso es representado por, la plaza de Tebas.

Con la sepultura de su hermano, Antígona pretende resignificar la tierra, apropiarse de ella, hacer suyo aquello que el Estado le ha negado: hacer de la tierra su territorio. Su osadía le causó la muerte y su lucha quedó silenciada por manos de la Ley.

Esta es la razón de las incontables disputas político-territoriales a lo largo de la historia. En Colombia, el conflicto político ha girado en torno al problema de la tierra. Desde la lucha armada hasta las demandas pro reparación, la tierra, el territorio, ha unido la multiplicidad de voces que reclaman derechos a lo largo y ancho del país.

La tenencia de tierra en Colombia es un tema no sólo político sino también profundamente ético. Las desigualdades sociales en las que se ve inscrita Colombia en cuanto a la propiedad privada y colectiva son más que evidentes. Pocos son los dueños del basto territorio nacional y son muchos los que han sido despojados.

El Acuerdo de Paz firmado entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC-EP prometía reformar la tenencia de tierras hacia un modelo de acceso más democrático, así cómo el respeto al territorio diverso y la mejoría en las condiciones de vida del campo. Empero, el proceso de implementación de dichos acuerdos está lejos, muy lejos.

Despejado el terreno de lo que fue una guerra de más de 50 años, se hace aún más evidente la lucha política liderada por miembros de la sociedad civil. El reclamo por la participación e incidencia pública que viene de voces distintas a las de los actores del conflicto armado, queda al descubierto y se pone de manifiesto. En este contexto se sitúan hoy los líderes sociales. En este caso, Antígona constituye una revelación única que se emparenta con los líderes territoriales. Los dos exigen participación política, voz pública, en una lógica distinta a la de la guerra: en el caso de Antígona disiente a la de sus hermanos; y en el caso de los líderes, a la del Gobierno y grupos al margen de la ley. La tragedia de los líderes y lideresas sociales es anticipada la tragedia sofoclista.

No es gratuito que los líderes sociales se vean particularmente afectados cuando su trabajo se adscribe al problema de la tierra. La Defensoría del Pueblo, Indepaz y otras entidades de seguimiento y control de la situación de derechos humanos en Colombia, reconocen que son los y las defensoras del territorio y de los recursos naturales quienes presentan las mayores cifras de asesinatos en los últimos años, desde la firma del Acuerdo de paz.

Si bien no es explícito que sea el Estado quien dicte las sentencias de los asesinatos, es insoslayable que dichos asesinatos ocurren particularmente en zonas dónde hay interés en proyectos y megaproyectos de extracción. Curiosamente estos proyectos han sido de interés tanto para el gobierno de Juan Manuel Santos como para el del actual presidente Iván Duque.

Los modelos de desarrollo en Latinoamérica, sobretodo en los países con gobiernos de derecha, se inclinan a la extracción a gran escala de materia prima. Para su cometido, el Estado debe tener un dominio amplio sobre la tierra y esta tarea se dificulta cuando hay presencia de líderes y lideresas rurales. Así pues, la riqueza y el poder, y por tanto también la guerra, giran alrededor su dominio.

Las antigonadas que han silenciado a nuestros lideres y lideresas son precisamente estas exigencias por hacer propio el territorio, por hacerlo comunitario en vez de monopolizado. Al final, lo que la obra de Sófocles tiene para decirnos en el caso de los asesinatos de líderes,  es que las formas tradicionales de los Estados en occidente han silenciado por ley general a quienes se preocupan por la identidad territorial y por la reapropiación de la tierra; que, aunque haya guerra, si se oye con atención se pueden escuchar las voces de personajes que proponen formas de política con nuevas lógicas; que el Estado, en su afán de dominio y de apego a las leyes, permite y perpetúa la injusticia contra quienes lo cuestionan; que si Antígona habitara nuestro presente colombiano, sería un nombre más en la lista de líderes sociales asesinados; y que Colombia protagoniza hoy su propia tragedia.

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