Elogio a la costeñita

Sé bien que el título por sí mismo traerá consigo una más que probable confusión. Más de uno pensará que esto que estoy por escribir es un elogio profundo a la mujer del Caribe colombiano, que, aunque bien merecido se lo tiene, en esta oportunidad tendrá que cederle el paso a su homónima de color verde y curvas de gitana.

La historia de la costeñita se remonta hacia 1934, cuando la compañía cervecera Bavaria lanza al mercado una edición pensada para el público joven bajo el nombre de Costeña. En adelante, se transformaría su presentación y composición alcohólica inicial para dar paso a la que es catalogada por knock out, la cerveza con mayor arraigo cultural en el Caribe colombiano.

Postales etílicas. Por: Jose Estupiñán

Postales etílicas. Por: Jose Estupiñán

Esta cerveza de estilo lager (o de baja fermentación) ha marcado la historia de la verbena en el norte del país colombiano. Además de su nombre de entrada sugestivo y cargado de relación con esta zona del país, el primer buche de costeñita es purificador. Pasa por la garganta dando brinquitos en forma de burbujas condensadas que caen como bálsamo en las tripas. Aplaca los calores corporales producidos por este despiadado clima tropical, y, como si fuera poco, alegra la vida con ese sabor indescriptible al que se le deben todos los que alguna vez han ido a una parranda.

En efecto, esta bebida no solo es esencial para salvaguardar la integridad física de los calores endemoniados de lugares como Cartagena, el Cesar o la Guajira, si no que además es junto con la música, el amenizador esencial de la fiesta caribeña.

La costeñita, contiene junto con sus brebajes etílicos, sin fines de recuerdos atiborrados en el espumoso mar de sus escasos 175 mililitros. ¿Cuántas bodas, cumpleaños, bailes, bautizos, partidos -perdidos y ganados- de la selección, juegos de dominó de domingo por la tarde y demás manifestaciones propias de la cultura costeña, han y siguen dependiendo de tan vital liquido? Sin lugar a dudas, todas aquellas expresiones de la cotidianidad del hombre caribe, tienen, o al menos han tenido que ver con la presencia de esta cerveza típica de las barriadas populares del Caribe colombiano.

En Cartagena, por ejemplo, son muchos los escenarios en los que permanece intacta la tradición de beber costeñita para amortiguar los golpes del calor. Dice Juan Alberto Mendoza, vivaracho cartagenero de 65 años, que la vida sin la cerveza no es lo mismo. Con la costeñita todo es más suave, más bacano, concluye el campante Juan Alberto mientras levanta su cerveza preferida -la costeñita por supuesto- en la plaza de la trinidad.

Otro caso de esos en los que la costeñita es tan crucial para la preservación de la escasa normalidad con la que se vive en nuestra región, se encuentra en la alta Guajira. Allá, donde el sol quema hasta el mismísimo diablo con todo y trinche, la costeñita es más barata que el agua. En este caso, uno no sabe si alegrarse por la economía de la tradicional cerveza o entristecerse ante lo paradójico y perturbador del panorama.

Así mismo, en las cercanías de la sierra y el desierto, cientos de familias, ya sea por su sabor, economía, o por mera identificación cultural, sobreviven los espesos vahos del desierto a punta de tragos hondos de costeñita bien fría.

En definitiva, pensar en un mundo sin costeñitas, equivaldría a un cataclismo social y cultural para el cartagenero y para todo aquel que alguna vez ha disfrutado de sus virtudes etílicas. Esta bebida tan tradicional de nuestros territorios no solo ayuda a la proliferación de espacios para el ocio y la mamadera de gallo fraternalizada, sino que además es un pegante, un nexo social que reafirma la vida del ser caribe, vida que no es más que aquello que Salcedo Ramos define, cómo la eterna parranda.

Emilio Cabarcas

Comunicador social y periodista. CEO y Fundador de Cuatro Palabras. Experto en periodismo comunitario y desarrollo de iniciativas de innovación social.

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