Encuentros
Hace tiempo, había decidido que quería escribir una crónica sobre la vida de un joven gay. Sí, cómo lo leen. Quería escribir sobre la historia de un marica, de una loca desplumada.
Mi objetivo, además de poner en escena las absurdas y complejas situaciones por las que debe atravesar un integrante de la comunidad LGBTIQ en una ciudad como Cartagena y un país como Colombia, es exorcizar a través de la palabra, todos esos demonios morales con los que uno carga desde niño, desde cuando le enseñan a odiar al otro por sus diferencias. Esto es entonces, más que una crónica, un desahogo, una reflexión profunda sobre mis privilegios de hombre, de ese macho heteropatriarcal que queramos o no, siempre llevamos adentro.
Cristhian en compañía de dos amigos había estado esperando mi llegada desde hacía varias horas en el parque de la Marina, ubicado en el centro histórico de Cartagena. Luego de varias horas en las que llegué a pensar que quizás no alcanzaría a entrevistarlo, nos encontramos finalmente en el monumento a los Siete Mares.
Christian Howard Hooker. Foto por: Alexander Urzola
A nuestras espaldas, el mar Caribe con su vozarrón de Drake nos regalaba un frescor necesario por estos días en los que parece que el sol se ha ensañado contra los hijos del trópico. Allí estábamos. Tres maricas y yo conversando alrededor de lo que significa ser gay en esta ciudad.
Ese cuatro de agosto, a las 8:30 de la noche, Christian Howard Hooker, quien es comunicador social y cofundador del colectivo LGBTIQ + Calles Short Bus, inició contándome sobre sus primeros pasos como activista.
Cuando me gradué del colegio me dije a mí mismo: “Bueno, sobreviviste al bachillerato, estás vivo. En la universidad todo tiene que ser mejor”. Para mí sorpresa, cuando asistí al primer día de clase me di cuenta que estaba claramente engañado. Recuerdo que fui al baño en uno de los recesos de clase. Al entrar, Justo en el espejo, me fui de bruces con la realidad. Había allí un listado de nombres bajo el título de: estas son las maricas de la facultad de ciencias humanas y de educación. Cuando vi eso, enseguida me dije: ¡esto va a ser una MIERDA!
Aquel panfleto, además de causar indignación y el malestar con el que escribiría durante sus primeros años de universidad, fue el detonante necesario para entender que las cosas debían cambiar. Desde entonces, la defensa de los derechos de esta comunidad, ha sido su estandarte y hoja de ruta. Sin importar las papayeras (burlas grupales) constantes o los rechazos, Christian nunca abdicó.
Aunque reconoce que en Cartagena ser gay es sentir una presión profunda y un peligro latente, nada lo ha detenido para actuar contra la violencia que sufren a diario miembros de la comunidad LGBTIQ. En Colombia sólo el año pasado murieron 109 personas a causa de orientación sexual.
A mí hasta el momento no me ha pasado nada grave. Sin embargo, recuerdo hace varios años cuando una amiga andrógina iba camino a la tienda del barrio y un bus paró frente a ella. Todos los que ocupaban aquel bus se pusieron de acuerdo para lanzarle improperios, burlas y obscenidades de todo tipo. Jamás, en mi vida, había visto tal degradación de la dignidad humana.
Ese retrato lamentable, es una muestra fehaciente de lo que significa ser gay, lesbiana, transgénero, travesti o queer en un lugar como este. Un lugar desprovisto de políticas públicas que garanticen la protección de los derechos mínimos y protejan la vida de la injuria callejera y la exclusión selectiva.
Mientras Christian me enseñaba pacientemente las diferencias entre orientación, identidad y expresión de género (porque sí señores son tres cosas distintas) entendí cuán ignorante y desprevenido he sido todo este tiempo. Mi visión parcializada de la realidad empezaba a desvanecerse en la medida que comprendía por ejemplo, que no es lo mismo ser un marica negro de la periferia, que un marica blanco de norte-centro que además cuenta con reconocimiento social y poder económico. En otras palabras, que no es lo mismo ser un marica de La Perimetral que uno de Bocagrande.
Cuestionarse, es en consecuencia la clave para deconstruir toda la parafernalia homolesbotransfobica con la que se carga desde los primeros años de vida. Cuestionarse, es la única alternativa para erradicar los referentes heteropatriarcales que hemos consumido desde que tenemos memoria.
Debo admitir que esa enseñanza distendida frente a un escenario tan espectacularizado como el tema de las maricas a nivel mundial, me ha sacudido los sesos en todas las direcciones posibles.
Aquel sacudón de la memoria, de los valores tradicionales, de la enseñanza judeocristiana, fue un doloroso, pero a la vez necesario latigazo. Este hombre del que hablo hoy, es negro, marica, de un cabello afro imponente y mirada sosegada. Ese mismo hombre que apenas y acabó de conocer en medio de aquella pernoctación, ha significado un encuentro fascinante con un marica entregado a su causa, renuente de ese espíritu utilitarista que hoy más que nunca consume los activismos de una ciudad en la que el único anhelo posible es encontrar una posición cómoda alrededor de la institucionalidad.
Este es Christian, el marica que está orgulloso de serlo. Este es él, o bueno, dicho en mejores formas, una parte de este transgresor muchacho que sigue en pie, aún cuando todo parece que marcha cuesta arriba.