Latinoamérica: la sierpe de García Márquez
Los caminos despejados de lo fantástico se ven reflejados a través de la imaginación; por la noción de maquillar la realidad que nos estorba desde tiempos remotos. Es vislumbrar un destello de sol en medio de un pueblo revuelto, lleno de supersticiones, de conjuros, de curanderos que solucionan los males, y de creer en marquesitas. Gabriel García Márquez nos regaló un atajo por la realidad mágica Latinoamérica al invitarnos a transitar en abarcas en las aceras de La Sierpe, un lugar inspirado en un pueblo de Sucre con el mismo nombre, donde se cosecha el arroz al tiempo que florecen los males de amor.
La Sierpe, relatada como algo místico, llena de conspiraciones y de creencias, nos hace preguntarnos si no es más que el espejo de este mismo lugar: anclado y rutinizado por gente aferrada a la divinidad y al misticismo, donde la comunicación y las anécdotas se desvían hacia la ilusión de lo no real.
Cualquiera que haya leído “La Marquesita de la Sierpe” se ha encontrado con un texto encantado, con una prosa alineada al contexto de la Mojana, donde no hay paso para lo que se concibe como la normalidad de un pueblo, sino como la entrada a la capacidad de inventar; en una misma medida, existe dentro de la imaginación y fuera de ella, un lugar llamado Suramérica, situada en un contexto de desigualdad, pero también de venturanzas y de situaciones que se igualan a los relatos de Gabo.
García Márquez mencionaba que: “Los latinoamericanos nos atrevemos a más. Somos menos académicos y tenemos menos trabas. Somos inventores y hasta jodones. Todo eso se nota. Creo que los europeos, por ejemplo, se dan cuenta de que, sobre muchos aspectos, nuestro continente es virgen y que tiene muchas cosas que decir al mundo. Somos en realidad sacos llenos de cosas inéditas y sorprendentes”. Somos en consecuencia, un continente inexplorado que requiere de expediciones arbitrarias como las que Alejo Carpentier realiza en los Pasos del tiempo hacia la desconocida selva venezolana. Estás nuevas búsquedas expedicionarias, poco y nada tienen que ver con las hazañas de Von Humboldt. Más bien, se trata de una tarea empeñada en el reconocimiento de lo que somos: una gran sociedad conectada por el pasado, romantizadora, alegórica, llena de simbolismos únicos, de significados abrumadores.
Somos biodiversos, multiculturales, pluriétnicos, polifónicos, multilingüsticos, pluriculturales, y cada tanto entre el fervor fanático, casi religioso, nos dejamos seducir por la plastifonía para quedar lastimados en la vera del tiempo, sin diálogos ni remedios. Al mismo tiempo, somos son, bullerengue y tango; desconexión e introspección; fotografías de difuntos enmarcadas y colgadas en las antesalas; caña de azúcar y café; dictaduras y títeres; brujos, chamanes y rezanderos; peleas de gallos; mulatos, mestizos e indígenas; literatura.
La literatura lo refleja: el realismo mágico tiende a mostrar lo irreal de las representaciones cotidianas, emplea costumbrismos que apelan a metáforas e ideas fantásticas, demandando problemas del presente; a diferencia de otros géneros literarios, como la ciencia ficción; que anticipa problemas futuros. No es solo un producto de una representación alegórica que no deja espacio a la realidad, sino que se sitúa desde sus contextos y tradiciones para poder retratarnos claramente en este espejo de la rutina diaria que llamamos realidad.
La Sierpe es Sudamérica, y más allá de parecer un producto del realismo mágico, es una recopilación de nuestra realidad, enmarcada en prácticas y modismos naturalizados desde antes de consolidarse el género literario.
Con referencia a Gabo, Gabito, Gabriel García Márquez, Estamos hablando de un escritor que observó en las calles y gente, modos de vida y tradiciones que elevan la imaginación y deforman la estructura psíquica del hombre. De estos escritores, creo yo, tenemos generaciones de sobra.
“Un hombre llega para que le saquen un mico de la barriga, porque uno de los episodios más corrientes es que te hagan un maleficio para vengar una ofensa”.
Así, a través de un relato agolpado en un par de líneas escuetas, el escritor, parece regalarnos el inicio perfecto para la crónica de nuestra sociedad latinoamericana.