La Chamaría de los Manglares

La imponente Chamaría se levanta cantando. Yadira Gómez de Simancas, nació el 19 de septiembre de 1959, en una finca llamada Mozambique, cerca de Pontezuela, Bolívar. Sin embargo, hace más de 25 años vive en Villa Gloria, una invasión ubicado más allá de La Boquilla, en Cartagena, en donde construyó su rancho junto a una familia atiborrada de sueños.

Pese a que toda su vida ha cantado, fue hasta hace muy poco que consiguió explotar su carrera artística, ganándose el apodo de Chamaría de los Manglares, porque su actitud recuerda a las aves chamaría, características de este pedazo de tierra caribeña, que cantan muy fuerte y repetido, como se canta en el bullerengue, y que habitan en los manglares. 

Fue una de las siete mujeres entre diez hermanos. Su madre fue ama de casa, mientras que su padre, Sael Gómez Barbosa, se desempeñó como campesino. Al hablarme sobre su infancia, recuerda que su madre, Ana Elena Franco, antes de morir le dijo “mija, yo tuve un parto tan bueno cuando tú naciste, porque la partera cuando llegó, ya tú estabas nacía”, y añora con nostalgia los años que vivió en la finca durante su niñez, “En la finca había de todo un poquito, árboles frutales, bastimento, leche fresca; mi mamá decía que estando yo de brazos me quitaba su teta de la boca, que ya yo quería era como coger un mango y chupármelo”.

Durante toda su vida, Yadira se ha dedicado a las labores domésticas y la pesca, pero confiesa que lo que la apasiona es cocinar y cantar. Tiene cinco hijos, diez nietos y vive con Juan Serlao Hernández, su compañero de vida, al que le lleva once años. Poco le importa si la gente se escandaliza por la diferencia de edades, me dice que Juan está cumpliendo 49 hoy y espera que lo celebren con arroz de coco y dos muslos de pollo cuando regrese de pescar.

La pesca es lo que les brinda el sustento diario, al igual que a la mayoría de familias de Villa Gloria. Como muchos otros barrios y sectores de la extramural Cartagena, Villa Gloria es una cuna de carencias en calidad de vida para sus habitantes. Yadira es, como muchos otros ciudadanos de a pie, víctima de la inconsistencia política que azota a la ciudad. Por eso, cuando un ‘doctor’ de camisa planchada y sudorosa llegó al sector para pedir su voto y su apoyo para ocupar una plaza en el Concejo Distrital, ella se lo negó, “los políticos prometen, pero no cumplen. Si yo me cercioro de que lo que prometen lo cumplirán, yo voto”, cuenta y, acto seguido, haciendo un gesto con la mano que denota cantidad, añade, “porque ahora lo que hay es políticos. En Villa Gloria nos hace falta un puesto de salud, control de plagas, un puente en buenas condiciones, empleos, saneamiento, muchas cosas; para ir a un puesto de salud debemos ir hasta el de La Boquilla, que está a media hora de camino, y eso si la muerte no lo ha llamado a uno, porque de ser así a mitad de camino se muere. Yo le pido a mi dios que me ayude para no estar atenido a nadie, que permita que yo sola pueda hacer mis cosas”. 

Bahareque y tragedias

“Uno nace sin nada”, responde después de pensar unos segundos al preguntarle sobre su antigua casa de bahareque. Me cuenta que la estructura se encontraba al lado de donde está su rancho actual y que una tarde, al volver del puesto de salud, un ventarrón la sacudió tanto que la desplomó sobre sus enseres. “Cuando se cayó mi casa me dije ‘¡ay, Dios mío! ¿Qué pasó Padre? ¿ahora pa’ dónde cojo?’ me dio tristeza, lloré y luego arranqué cantando, ese dolor lo convertí en música, porque si uno llora, ya no se puede hacer nada. Mi casa se cayó y está caída, lo mejor es cantar y bailar”, agrega. 

Entre los escombros solo pudo salvar la vieja nevera de puertas oxidadas con la que uno se encuentra al ingresar a su nueva morada. De su antigua casa se llevó las paredes, que las usa como cama, “yo hago una cuna con mis sillitas, tengo un cubrelecho porque el doctor me dijo que no puedo dormir en colchón”. Ahora su rancho está construido con pedazos de zinc, cartón y madera. Al pensar en su casa, con una sonrisa y los ojos agrietados, dice que su mamá la “parió encuera, lo que uno consigue en vida es presta’o y pa’ el cementerio nada nos llevamos”

Hace años perdió a uno de sus hermanos. También perdió a un hijo. Incluso ella estuvo a punto de perder la vida. “Cuando tuve a mi último hijo en maternidad, una doctora casi me deja morir”, cuenta que la remitieron al piso para pacientes estables, omitiendo las señales de emergencia que presentaba, “eso fue tremendo, casi me muero y no iba a ver a mi hijo crecer, por eso es que mis hijos me quieren tanto… yo me pregunto por qué hay hijos que no quieren a sus madres, si al tenerlos está uno con un pie en el cementerio y el otro en la casa”, señala y ríe al pensar en los dolores prenatales, “yo no quiero más hijos, ya pasé esa moda, y eso duele como el carajo”.

Aún vieja, la Chamaría ha desafiado a la muerte. La edad le ha traído hipertensión, lo que la hace tomar religiosamente Losartán. ”Una vez aguanté cinco días sin la medicina, porque yo decía que podía estar sin ella, usted sabe, la terquedad de la gente vieja, pero luego en el puesto de salud la presión no me la podían ni tomar”, concluye entre risas.

Las costumbres de los viejos

Además del canto, a Yadira se le da muy bien la gastronomía, especialmente la comida de mar. Se define como una muy buena cocinera y quiere que “publiquen a la Chamaría con su gastronomía”. Destaca que el plato que le queda más rico es la raya, “eso lo prepara uno con arroz de coco y su sancocho de pescado al lado, también pega con patacones y ensalada, para que se deleiten con mi comida”. También ofrece pollo adobado, sancocho de mondongo, cazuela de mariscos y cualquier extravagancia culinaria que le pidan.

Aprendió a cocinar viendo a su madre y le preocupa que “las costumbres de los viejos no se hereden a los nietos”, o como lo dice en sus letras: 

Todo lo que yo aprendí me lo enseñó mi mamá/

ella me enseñó a lavar/ 

ella me enseñó a cocinar/ 

ella me enseñó a apilar

Si bien toda su vida le ha cantado a la cotidianidad, empezó a componer desde que tenía treinta o cuarenta años. Pasados los cincuenta conoció a Martín Salas, a quien considera su ‘Mánager’. “Martín está en todas, él me ha presentado con muchas personas”, agrega, “para el cumpleaños 80 de Petrona Martínez me llevó a su casa, le llevamos una torta y un canto alegre desde la entrada, ella lloró con mi bullerengue”.

Él también la regaña, pero lo hace “porque me protege bastante”, cuenta, “para que no se aprovechen de mí ni de mi talento. Una vez llegaron unos muchachos y me pidieron componer un lamento. Yo acepté y a los tres días que volvieron, ya estaba listo. Lo que me dieron fueron cincuenta mil pesos. Estuve metida en un toldo; tosiendo sin tener tos; matando mosquitos sin haber mosquitos. Cincuenta mil pesos. Ahí me di cuenta de que lo mío vale, porque a la semana me llamaron nuevamente y me dijeron ‘Chamaría, si el jefe te llama le dices que te dimos un millón’. Lo que me entristece es que era un lamento tan bonito en el que me refería a mis ancestros, a mi hermano y al hijo que perdí”.

“Uno nace sin nada, mijo, lo importante es hacer en vida lo que a uno le gusta, por eso yo me concentro tanto en el bullerengue, por eso el tambor hace parte de mi vida, sin él no soy nada, yo todo lo hago con mi tambor”, cuenta. La primera canción que compuso y grabó la llamó La Titulación, “la compuse cuando vino Obama a Cartagena, porque Gloria Sánchez, una buena amiga mía, me la pidió, pero como Obama ya no es presidente, le cambié un pedacito que decía ´Obama el presidente´, por el actual ‘quiero que me escuche todita mi gente’”.

Amores chaluperos

Cuando regresaba de un viaje a Barranquilla, llegó al restaurante de Marina Barbosa -q.e.p.d.-, una de sus primas. Ahí conoció a Juan Hernández, su compañero de vida desde hace más de 26 años.

“Yo le caí bien y él me cayó bien. Pero iban - las malas lenguas, quizá- donde la mamá de él y le decían ‘Juan tan jovencito y se va a meter con esa vieja’. Como siempre el diablo metiendo su voz, pero él le decía ‘mamá, esa es la mujer que quiero yo’”, cuenta. Él trabaja en la Boquilla, naturalmente lo llaman para hacer mezclas, o para “lo que salga”. 

Antes de irme me cuenta la anécdota que dio origen a la canción ‘La chalupa’: “Yo toda la vida he pescado con él, siempre empezamos con la idea de levantar lo del tinto, luego decimos ’vamos a agarrar pa la liga pues’, y si atrapamos más de la liga, yo arranco con mi palangana y me voy a vender pescado, con lo que gano compro mi arroz, mi manteca. Un día que íbamos a pescar no estaba la canoa, ¡SE LLEVARON LA CANOA!, Juan se fue a Boquillita pa ver si alguien se la había llevado pa allá, mientras tanto yo me quedé esperando, entonces sentí la necesidad de cantar, desde mi interior me salieron estas letras”.

Se me perdió la chalupa/

ahora Juan la está buscando/

Si esa chalupa se pierde/

no podemos seguir pescando...

El periodista cartagenero Gustavo Tatis escribió alguna vez que fueron los periodistas Juan Romero y Misael Díaz, quienes la apodaron ‘Chamaría de los manglares’. Después de tantos años, su canto y composiciones ratifican que Yadira Gómez de Simancas es y será recordada así por siempre.

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