Zipacoa: El retrato de un pueblo que sueña y resiste

Conoce la historia de Diana Mata, una mujer campesina de Zipacoa cuya fortaleza y liderazgo la han convertido en un símbolo de resiliencia. Desde enfrentar la violencia del conflicto armado hasta liderar esfuerzos por la justicia y el acceso al agua potable, Diana demuestra cómo la determinación puede transformar comunidades enteras.

La violencia que golpeó al campo

Residiendo en la ruralidad, Diana Mata experimentó de cerca el conflicto armado. La historia de la violencia en Zipacoa se remonta al año 2000, cuando los paramilitares perpetraron una masacre en una finca donde se desarrollaba un proyecto productivo integrado por hombres, mujeres campesinos y excombatientes del Ejército Popular de Liberación.

Diana, nacida en Villanueva pero con raíces zipacoeras, fue la sexta hija de don Nicolás Mata. Este, huyendo de la violencia que asolaba Colombia, legó a sus seis hijos la mejor herencia posible: la fortaleza. Desde muy joven, Diana se ha sentido atraída por la vida en el campo, pues creció inmersa en la ruralidad y sus raíces se entrelazaron profundamente con la tierra.

Hoy en día, Diana es una mujer madura, de sólida contextura, piel morena y una mirada que irradia esperanza. Como madre soltera, criando a cuatro hijos y con siete nietos, comparte su hogar con otros dos adultos y tres niños. Siempre ha residido en Zipacoa, a una hora y media de Cartagena. Como buena campesina, sus manos hábiles han cultivado yuca, ñame, arroz, plátano, aguacate, mango y un maíz especial que llaman "negrito".

Melba Polo Murillo, sobreviviente de la masacre en Zipacoa, Bolívar.

En la medianoche del 8 de enero de 2001, los paramilitares del Bloque Norte de las AUC llegaron al núcleo urbano del corregimiento de Zipacoa, Bolívar, y reunieron a los habitantes en la plaza central. Los 'paras' seleccionaron a cuatro personas y las sacaron del pueblo para ejecutarlas en la vía que conduce a Arenal.

Según el comandante de la Policía en Bolívar en aquel entonces, las víctimas eran reintegrados del EPL que residían en la región desde hacía varios años. Uno de los fallecidos era un menor de 16 años. Esta masacre provocó el desplazamiento de gran parte de la población hacia la cabecera municipal de Villanueva.

Los registros de la época indican que una semana después fue capturado Edilberto José Gaviria Pérez, uno de los paramilitares que participó en la masacre. El Bloque Norte fue establecido en 1997 y estuvo bajo el mando de Rodrigo Tovar Pupo, alias 'Jorge 40', quien fue extraditado a Estados Unidos en 2008 por delitos relacionados con el narcotráfico.

Desde la década de 1980, los hermanos Castaño delinquieron en la zona de Córdoba y Urabá, primero con grupos ilegales que perpetraban asesinatos de supuestos colaboradores de la guerrilla, y luego, en 1994, formaron las Autodefensas Campesinas del Córdoba y Urabá (ACCU). En 1997, los Castaño unieron todos los grupos paramilitares del país en las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Desde entonces, algunas estructuras de las ACCU pasaron a ser conocidas como el Bloque Norte. Este bloque absorbió a las Autodefensas del Sur del Cesar, que fueron renombradas como Frente Héctor Julio Peinado, bajo el liderazgo de alias 'Juancho Prada'. El Bloque Norte contaba con 14 frentes, incluidos Resistencia Motilona, José Pablo Díaz y Resistencia Tayrona.

Como resultado de estos eventos, muchas familias locales se vieron obligadas a desplazarse.

Llega la Ley de Víctimas

El triste episodio de Zipacoa demuestra la firmeza con la que nuestros campesinos enfrentan el miedo. Con la Ley de Víctimas de 2011, tanto Diana como las familias de Zipacoa vislumbraron una oportunidad para que la región recuperara su prosperidad y tranquilidad. No fue hasta el año 2017 cuando los habitantes fueron reconocidos como Sujetos de Reparación Colectiva debido a los daños ocasionados por el conflicto armado.

Después de la masacre y el desplazamiento, Zipacoa nunca volvió a ser el mismo. Los recuerdos del 8 de enero de 2001 no se han podido borrar de la memoria de sus habitantes.

La historia de Zipacoa fue una de las que más llamó la atención en la audiencia de afectación de las víctimas de las facciones de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) comandadas por el exjefe paramilitar Salvatore Mancuso, convocada por la Sala de Justicia y Paz del Tribunal Superior de Bogotá y realizada en el año 2014 en Cartagena. Esta instancia es la última antes de dictar condena contra los postulados bajo las normas de la Ley 975 de 2005.

Esta audiencia se realizó en 2014 en el Coliseo de Combates de la capital bolivarense y a través de videoconferencia fue presenciada desde sus sitios de reclusión en diversas ciudades del país por los exparamilitares del Bloque Norte de las Auc Edgar Ignacio Fierro Florez, alias ‘Don Antonio; Uber Banquez Martínez, alias ‘Juancho Dique’; Sergio Manuel Córdoba Ávila, alias ‘El Gordo’ o ‘Cara Cortada’; Oscar José Ospino Pacheco, alias ‘Tolemaida’; Leonardo Enrique Sánchez Barbosa, alias ‘El Paisa’; Jorge Iván Laverde, alias ‘El Iguano’; José Bernardo Lozada Artuz, alias ‘Mauro’; Hernando de Jesús Fontalvo, Julio Manuel Argumedo García, Miguel Ramón Posada Castillo y José Gregorio Mangonez Lugo.

Mancuso presenció el encuentro con las víctimas a través de un sistema de videoconferencia desde una celda del centro Northern Neck Regional Jail, de Warsaw, en el estado de Virginia, Estados Unidos.

“Somos campesinos humildes, que vivíamos de la tierra, tranquilos y unidos, hasta que un día llegó este grupo armado y nos desplazó”, contó una de las víctimas que llegó hasta el coliseo a narrar su drama y el de su comunidad. Fue así como el caserío se convirtió en un pueblo fantasma, sus pobladores perdieron los cultivos de pan coger y los animales que tenían, y la escuela y el puesto de salud se deterioraron con el abandono.

Sixta Tulia Mauris, testigo de la violencia que golpeó a su comunidad en Zipacoa.

Sin embargo, los pobladores de Zipacoa también dieron a conocer el trabajo que realizan desde 2012 para lograr la reparación colectiva, la cual vienen tramitando ante la Unidad de Víctimas. Como comunidad, esperan el arreglo de las vías de acceso, la adecuación del puesto de salud y de una parte de la Institución educativa, así como la reconstrucción del puesto de policía y la construcción de un monumento en memoria de las víctimas.

Diana, como miembro del Comité de Impulso de Reparación Colectiva de Zipacoa, cuenta que su comunidad, los que regresaron y los que aún viven en otras partes, se han unido para decidir cómo quieren ser reparados. “De todos modos, lo que hagan, no nos va a devolver a lo que éramos antes de que Manuel Antonio Castellanos, alias ‘El Chino’, llegara con sus hombres a matarnos y a desplazarnos”.

La muerte de Germin Jiménez Murillo, Rider Arellano, Eligio Niño Murillo y Gilberto Bellido marcó el destino de esta población. Iván* aún recuerda los hechos que acabaron con la muerte de estos cuatro hombres, tres de ellos jóvenes, y originó el desplazamiento de sus pobladores.

“Ese día –8 de enero de 2001- los hombres de ‘El Chino’ llegaron temprano, nos sacaron de las casas obligados, solo se quedaron los viejos o las personas que no podían caminar, y a un comerciante que no quería ir, le dijeron que si no iba le saqueaban la tienda. Cuando estábamos todos reunidos, sacaron a los cuatro hombres y como a las 11 de la mañana se los llevaron, nos dijeron que les iban a hacer unas preguntas y que más tarde regresarían. Nos quedamos ahí, esperando, pero como a las cuatro de la tarde cuando vimos que no regresaban, salimos a buscarlos y como a medio kilómetro del pueblo los encontramos muertos, a dos de ellos los torturaron”.

Ese mismo día, ya en la noche, llegó el Ejército Nacional y les ordenó que no salieran de sus casas. “Al día siguiente, bien temprano, comenzaron los enfrentamientos y nosotros en la mitad. La gente comenzó a salir a pie, recorrimos cinco kilómetros para llegar a la vía principal, unos se fueron para Villanueva, pero no los ayudaron, otros para Santa Rosa y Cartagena. No volvimos, ahora es que estamos regresando, poco a poco, pero no nos ha ido bien.

Etilma María Estrada Hernández, una de las ancianas que vivió la masacre y el desplazamiento en Zipacoa.

“Cuando ‘El Chino’ pasaba en su carro, todo el mundo se escondía. En el 2003 mataron a dos personas más en Zipacoa, de los que regresaron, y tres en Villanueva”, relata Diana. “’El Chino’ entraba al pueblo cuando quería, él pasaba y mataba. Me acuerdo que a la entrada de la finca Los Robles estaba un señor pelando un zaíno que acababa de cazar, él pasó y lo mató. Lo mismo le pasó al administrador de otra finca que llamaban ‘Postobón’. Lo mató y el cuerpo lo llevaba en el carro y cuando pasó por Zipacoa dijo: ‘Ya matamos al hp de la Postobón’. Eso era terrible, por eso la gente no quería regresar. Aún hay gente que no ha decidido regresar”.

Hoy en este poblado ubicado a 45 minutos de Cartagena, han retornado cerca de 270 familias, según el último censo hecho por el Comité de Impulso de Reparación Colectiva. Esta cifra ha aumentando en los últimos años, porque las familias han crecido debido a colombianos que retornan de Venezuela.

La masacre de Zipacoa hace parte de las ocho perpetradas por facciones paramilitares comandadas por Salvatore Mancuso, que fueron juzgadas en Justicia y Paz. Las otras siete fueron las de El Salado, Luis Veró, Bajo Grande, Cieneguita, Nueva Venecia, Playón de Orozco, San Isidro y Caracolí,

Escucha el podcast: Heroínas de la Ruralidad: ¿por qué nos matan, si somos como las golondrinas?

Renaciendo de las Cenizas

Además de su innegable fortaleza, Diana ha demostrado poseer una notable resiliencia, determinación y liderazgo. Ha desempeñado roles clave como miembro de la Mesa de Víctimas del Desplazamiento Forzado de Zipacoa, integrante del Comité de Impulso de Zipacoa y representante legal de la Asociación de Campesinos de Zipacoa.

Para ella, trabajar por Zipacoa significa sumergirse en cada historia, conocer cada necesidad que enfrentan las familias y tener presente cada detalle sobre la comunidad. Implica discernir si los visitantes son amigos, jueces o verdugos.

En la Zipacoa actual, se ha observado un resurgimiento del encanto de su gente y la calidez de sus hogares. Sin embargo, no todo es perfecto: el mayor desafío que enfrenta esta población en la actualidad es la escasez de agua potable.

El acceso al agua en Zipacoa es tan precario que las familias deben extraerla de una poza donde se acumula el agua de lluvia durante la temporada invernal. Esta fuente no garantiza agua potable y se comparte con animales salvajes y domésticos.

Una alternativa es comprar agua a vendedores informales que llegan cada dos días en carrotanques. Cada tanque se vende por 5000 pesos y puede contener aproximadamente nueve pimpinas. Para una familia de cuatro miembros tener suficiente agua durante toda la semana, debe adquirir al menos ocho de estos tanques, lo que suma un total de 160 mil pesos al mes. Esta cifra supera el costo del suministro de agua en una familia de estrato 6 en Cartagena.

Cuando no llueve, incluso los santos en las iglesias sienten sed. En tales momentos, las familias dependen de los carrotanques que la Alcaldía de Villanueva envía, los cuales suelen tardar semanas en llegar o solo se presentan cuando la comunidad protesta.

Cuando se le pregunta a Diana sobre sus sueños para Zipacoa, con esperanza en sus ojos expresa su anhelo de que se instale pronto un acueducto para poner fin a la sed. Mientras tanto, seguirá trabajando incansablemente para visibilizar a Zipacoa y ayudar a las familias campesinas que más lo necesitan.

Testigos del pasado, guardianas del legado: Las ancianas de Zipacoa que mantienen viva la memoria de los acontecimientos trágicos que vivieron y la lucha por un futuro mejor.

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