Las mujeres de mi barrio

   Totó la Momposina, en una de las estrofas de su canción «Las mujeres de mi tierra», describe el arquetipo de la mujer colombiana “somos fuertes, somos bellas, somos grandes como ella”. Tal como lo describe esta canción, así son estas tres mujeres que han resistido los embates de la vida y han sido ejemplo de lucha, perseverancia y resiliencia. Tres mujeres bolivarenses asentadas en nuestros territorios periféricos, más exactamente en el barrio La Candelaria.


La tienda de la señora Ana

Ana Guardo nació en Arjona, Bolívar, el 26 de junio de 1944. Llegó al barrio La Candelaria a la edad de 36 años con una maleta cargada de sueños por cumplir. Su mayor inspiración, siempre han sido sus hijos: Nayis, Orlando, y Mariluz Pájaro, mejor conocida por propios y extraños como la seño Mariluz.

Ana es el retrato vivo de la mujer campesina. El color de su piel blanca y su cabello corto, combinan con el carácter fuerte, noble de su corazón y emprendimiento natural. 

Inició en una tienda ubicada en la calle 10 de Mayo (que luego trasladó a la avenida Pedro Romero), ofreciendo artículos de primera necesidad. Hoy, su negocio es uno de los más antiguos del barrio.

Llegar a la tienda de la señora Ana o “la abuelita” como la llaman algunos niños y jóvenes del sector, es como recordar los tiempos de nuestra niñez: estanterías en madera, una mesita con frascos de vidrio rellenos de dulces, pan de sal fresco del original, una báscula de antaño la cual gradúa al momento de pesar y enciende un fósforo para ver los números, las cuentas las saca con lápiz y hoja, cero calculadoras. Lo que más llama la atención es un cuadro grande traído en el único viaje que hizo a Venezuela, el cual tiene 50 años, donde está el retrato de un mono bebé que parece haberse quedado detenido en el tiempo.

¿Cómo esta tienda que no vende queso, carnes, pescados, frutas y verduras se ha logrado mantener con el paso de los años?

La respuesta es sencilla: su valor agregado – que se traduce en los consejos de la señora Ana –. Ah, ¿y los regaños?  ¡Esos sí que son mejores, y sus clientes lo saben!

Despácheme una bolsa de agua – le dice un carretillero que quiere a toda costa refrescarse. El hombre paga el agua con una moneda de $ 500 pesos (la bolsa de agua cuesta $ 200). Ana le despacha la bolsa de agua y solo le devuelve $100 pesos. ¡Ajá abuelita falta vuelto! – Le responde el cliente. “Ayer te tomaste una y no la pagaste ¡mandinga sea el diablo que voy a trabajar pa ́ ti”. – Le responde Ana.

Él se ríe con agrado y continúa su recorrido. Ana suelta otra carcajada y se apresta para continuar con sus labores. 

Nota final: Si te provoca una Kola Román bien fría con pan de sal, no dudes en llegar donde Ana.

La vecina

Claudina Martínez Alfaro, o como todos la conocen en el barrio “la vecina”, nació el 3 de mayo de 1948, tan solo 24 días después del asesinato del líder político liberal Jorge Eliécer Gaitán. Ella es oriunda del municipio Las Piedras, Bolívar, donde tuvo a sus 4 hijos. Posteriormente decidió viajar hacia Cartagena en busca de un futuro mejor.

Inicialmente vivió en el barrio El Pozón, al cual, asegura, lleva en su corazón. En ese lugar gracias a su arduo trabajo (lavaba, planchaba y cocinaba), logró comprar un lote para sus hijos donde construyó una casa, mientras ella se entregaba una vez más a las altas y bajas del amor.

A La Candelaria llegó hace 30 años con uno de sus hijos quien para entonces tenía 14 años. A este hoy le conocen como “el popular Salas de La Candela”, por haberle cambiado, junto con algunos amigos del barrio, el nombre a la calle Laurina Emiliani por “La 40, la calle del amor” como aún hoy es conocida.

La vecina es una mujer fuerte, optimista y alegre. De sonrisa inexorable. La vida en varias ocasiones le ha puesto una que otra traba. En un par de oportunidades de afectaciones cardiacas estuvo internada en el pabellón UCI del Hospital Universitario. 

Sin embargo, ella emulando al ave fénix, se levanta y resplandece para deleitarnos con sus deliciosas sopas de mondongo. Las mismas que carga en su cabeza con un talego de ropa para lavar al son de la música de Enrique Diaz, su cantante preferido.

Rosa Carvajal de Díaz, “Tita”

Procedente de Matuya, Marialabaja, llegó a Cartagena a casa de su suegro Manuelito, quien se destacaba por componer huesos y rezar el mal de ojos en los niños, en el barrio La Candelaria.

A los hijos de Rosa, por alguna razón que aun desconozco, siempre se les hizo difícil pronunciar su nombre, así que cariñosamente decidieron llamarle ‘Tita’, diminutivo de Rosita. 

Inicialmente vendía platanito en las calles. Luego empezó a hacer bolsas de papel para vender en las tiendas y así conseguir el sustento para sus hijos.  

Tita, al ver que la familia crecía y el dinero no alcanzaba, decidió regresar a su tierra y con los ahorros obtenidos de las ventas se arriesgó a viajar a Venezuela junto a su esposo para así poder comprar una casa para sus hijos y pagar sus estudios.

Fue así como adquirió una casa del otro lado del barrio a un cruce de carretera en el barrio Alcibia. Allí inició un nuevo negocio: una de las ventas de frito con mayor vigencia en el barrio. Arepa e´ huevo, carimañolas, empanadas, papas, yuca con pollo, bofe o cerdo, son algunos de los manjares que ofrece. 

La perseverancia podría ser una de las palabras que definen a esta mujer de carácter inquebrantable. Pese a los problemas de salud y otras situaciones difíciles como la muerte de su esposo y los efectos de la pandemia, no se amilana, nada la intimida.

Cada una de sus canas refleja la experiencia que a lo largo de los años ha cosechado. Tita siempre te recibe con una sonrisa. Y como si esto fuera poco, bajo el riesgo de equivocarme, creería yo que no hay mejor lugar para tomar café en el mundo que su casa. 

A Tita, sus clientes no la dejan descansar. Cada vez que cierra temprano o decide no abrir para tomarse un descanso sus comensales la obligan a abrir su venta de fritos. Recuerdo en más de una ocasión ver al hoy reconocido jugador de la selección colombiana de fútbol Wilmar Barrios, comiendo arepa e huevo, a Leonardo Iriarte, al Leo Candelo, ambos personajes ilustres de nuestra champeta, deleitándose con un par de carimañolas. Grandes beisbolistas y promesas del barrio, mototaxistas, carretilleros; no hay excepción a la hora de comer en el popular puesto de comidas.

Ella es uno de nuestros ejemplos de lucha, resiliencia y fortaleza. Ella es una soñadora incansable. No tiene límites.

Anterior
Anterior

El arte de gobernar