Los desafíos de ser feminista en el sur de Bolívar

Luego de un largo periodo estudiando psicología en Bogotá, a inicios de 2020, cuando regresé a mi lugar de origen, Santa Rosa del Sur, Bolívar, me convencí de que mi pueblo sería un lugar seguro para las mujeres solamente si tenía una red de apoyo feminista. 

Colectiva Feminista de Santa Rosa del Sur, Bolívar.

Un año después, junto con una compañera, convocamos a mujeres locales para formar el primer grupo feminista. Así nació la Colectiva Feminista Libres y Sin Miedo, la primera colectiva feminista del Sur de Bolívar.

En el Magdalena Medio nuestro principal precedente es la Organización Femenina Popular surgida en Barranca, aunque también hay otras organizaciones como la Red de Mujeres del Magdalena Medio y asociaciones de mujeres en proyectos productivos, estas carecen de perspectiva feminista.

Por eso, nos sentimos orgullosas de habernos nombrado abiertamente feministas y de ir extendiendo el feminismo en el Sur de Bolívar, un ambiente muy desigual y machista.

Hasta ahora hemos recorrido Morales, Simití, San Pablo, y Arenal. Estos viajes nos han permitido darnos cuenta de cómo nuestra región sufre la presencia de grupos armados que atemorizan mucho más la organización social y agudizan la cultura de la violencia, que en todos los casos afecta mayoritariamente a las mujeres.

Nuestro Colectivo lo conformamos doce mujeres jóvenes. Nos hemos dedicado a promover la equidad de género, y a exigir la disminución de la violencia contra las mujeres en el área de influencia; nos movilizamos contra la violencia sexual, el feminicidio y la pederastia en contextos institucionales y por actores armados, defendemos el acceso de mujeres campesinas a la salud, al trabajo digno y a la educación. Velamos porque se cumplan las garantías para la supervivencia de mujeres jóvenes y madres solteras, así como su permanencia en el territorio y la eliminación del racismo, la homofobia y el clasismo.

Ser feminista en el Sur de Bolívar es asumir una labor arriesgada. El primer desafío que te encuentras es involucrar a tu propia familia, que no sabe qué es el feminismo, que cree que es algo malo o pecaminoso, “algo raro de unas pocas chinas locas de la ciudad, una moda”. 

Sumado a esto, recibes miradas enjuiciadoras de la gente, que te hace sentir un bicho raro; la gente dice cosas como: "no vayan a donde la feminista, porque es loca y rara", afectando tu trabajo y tus relaciones sociales. 

Eso me pasó. Cuando intensifiqué mi activismo feminista y político, la frecuencia de mis consultas bajaron y fue un factor para que en empresas públicas nunca me contrataran.

Sin embargo, cada vez que les explico a otras mujeres del territorio que el feminismo es un movimiento de muchas mujeres en todo el mundo que surgió desde hace décadas para exigir nuestros derechos, ellas se emocionan mucho. 

Gracias a las sufragistas, mis abuelas pudieron votar; gracias a las feministas muchas de nosotras podemos decidir cuándo y con quién ser madres por medio de la anticoncepción; gracias a las mujeres que se arriesgaron a ser encarceladas o asesinadas, la generación de mi madre nació con el derecho de estudiar, de trabajar, de tener títulos de propiedades o, incluso, divorciarse.

En mi pueblo, siempre recalco que las feministas somos diversas, podemos elegir ser mamás, o casarnos, o vivir solas, enamorarnos y sufrir por las rupturas, hacerlo más consciente, con una perspectiva crítica y no solo dejándonos llevar. 

Esa es la conciencia de género, ser capaces de distinguir las desigualdades, los privilegios y las particularidades de nacer con determinado sexo.

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Una historia digna de contar