El poder del silencio y la importancia de la memoria en Ana Rosa

La historia de Ana Rosa es la historia de una confrontación con la inexistencia.

En mi periplo por el cine colombiano, me topé con una crónica cinematográfica que me dejó pensando en la importancia de la memoria y el poder del silencio en nuestras vidas. 

Se trata de “Ana Rosa” (2021), un documental de la cineasta Catalina Villar que nos lleva por un viaje íntimo y colectivo a través de la historia de su abuela y de la violencia ejercida sobre las mujeres en Colombia.

Ana Rosa es una película que se adentra en los vacíos de la historia y en el silencio de una familia que ha guardado celosamente sus secretos. La historia de Ana Rosa es también la historia de muchas mujeres en Colombia que fueron sometidas a la lobotomía como un mecanismo de opresión y castigo. La película muestra cómo la lobotomía era una práctica ideológica y cómo los hombres tenían el poder de dañar los cuerpos de las mujeres para perpetuar su dominio sobre ellas.

Sin embargo, Ana Rosa no es solo una historia de dolor y de violencia. La película es también un testimonio de la lucha de las mujeres por su autonomía y su autoconciencia. Villar nos muestra cómo, a pesar de las dificultades y de los muros que se levantan en su contra, las mujeres han luchado siempre por su derecho a ser libres y ser dueñas de su destino.

En conversación, Catalina Villar nos revela cómo su documental busca exponer una práctica “científica” utilizada como un castigo por ser mujer y como una herramienta ideológica para mantener a las mujeres sumisas y obedientes a los estándares de la sociedad.

"El silencio de una familia que guarda secretos: Ana Rosa, la protagonista de un documental que explora los vacíos de la historia y el poder del silencio en nuestras vidas".

Trazando la historia de las instituciones mentales: entre el cine y la realidad

El cine siempre ha tenido una fascinación por las instituciones mentales. Simbólicamente las ha convertido en escenarios terroríficos, endemoniados y hasta poseídos por fuerzas ocultas. Lo cierto es que durante muchos años, los hospitales psiquiátricos fueron lugares de reclusión donde se cometieron abusos y vejámenes contra los pacientes.

En la Edad Media y durante el Renacimiento, era común abandonar a los enfermos mentales en una pequeña embarcación que navegaba sin rumbo fijo. Los árabes fueron los primeros en crear hospitales para enfermos mentales en el siglo V, pero no fue hasta el siglo XV que se abrió el primer hospital mental en Europa en Valencia, España.

Hacia el siglo XVII se crearon enormes centros de internamiento para recluir y aislar a los locos de la sociedad. Estas instituciones no tenían fines médicos ni terapéuticos, sino que estaban destinadas a salvaguardar el orden y la justicia ciudadana. El Hospital General de París, abierto en 1656, fue el primer centro de este tipo, pero la práctica se extendió rápidamente por todos los países europeos.

En estas instituciones, los enfermos mentales convivían con discapacitados físicos, mendigos, borrachos, delincuentes, prostitutas y homosexuales en condiciones desoladoras. Además, los tratamientos inhumanos, incluían eméticos, purgantes, sangrías y torturas.

A finales del siglo XIX y comienzos del XX, la situación en los manicomios continuaba siendo deplorable. Los enfermos mentales eran vistos como seres extraños y temibles, y el fin de la institución mental era aislar al enfermo para proteger a la sociedad de sus peligros. Fue en esta época en la que Ana Rosa fue internada en un hospital psiquiátrico.

"No sé qué pasó en la cabeza de cada uno de los parientes que estuvieron cerca", dice Villar. "Ser juez de ese ayer y de ese acto habría sido una solución fácil, pero la más perniciosa". En lugar de juzgar, Villar comparte sus preguntas y dudas en su película, en un intento de no engañar a nadie, incluyéndose a sí misma.

Villar habla sobre la idea de la verdad. En lugar de creer que ella posee el prisma de la verosimilitud y que el mundo merece conocerlo, busca entender su contexto y cuestionar las verdades establecidas, incluso las verdades científicas y médicas. Su objetivo fue tratar de entender por qué le hicieron lo que le hicieron a su abuela.

"Los médicos que le hicieron la lobotomía, lo que los condujo a hacerla, tienen y cuentan una historia distinta a la que vivió mi abuela", explica Villar. "Esas dos historias, esas dos 'verdades', se cruzaron el día en que le hicieron la lobotomía. Ese encuentro es lo que hace de esa historia una tragedia. Una con más poder que otra. Eso es lo que hace de la historia de mi abuela una historia política".

En América Latina, los asilos siguieron modelos europeos, combinando la gestión entre el Estado y órdenes religiosas y filantrópicas que importaron conocimientos psiquiátricos extranjeros. En Colombia, durante la primera mitad del siglo XX, las instituciones psiquiátricas estuvieron en el centro de un debate animado por los gobiernos de turno: la higiene pública versus la salud pública, que ya había empezado a fines del siglo XIX con la creación de la Junta Central de Higiene. Fue así como la institución psiquiátrica se acercaba cada vez más a la institución penitenciaria; el manicomio, lejos de ser un lugar que curaba enfermedades mentales, se convirtió en un espacio grotesco y degradante.

Esta fue la realidad que pudo explorar por medio de la historia de su abuela. La búsqueda de respuestas y la reflexión sobre la lobotomía en "Ana Rosa" es un ejemplo de cómo el cine puede ser una forma de explorar la historia y la sociedad desde una perspectiva personal.

“Si la hubiera suplantado con otro cuerpo, a través, por ejemplo, de un personaje ficticio, de una actriz, habría sido borrar para siempre su verdadero cuerpo y, paradójicamente, contribuir a su desaparición”, explica Villar. “Habría sido quitarnos a todos los parientes (a falta de poder conocerla) la posibilidad de imaginarla, de que cada uno la reconstruyera a su manera. Habría sido también, para espectadores más lejanos a ella, imponerles una mentira inmensa a través de un falso personaje que los consolaría de su ausencia”.

Por esta razón, la única opción que tenía era evocarla. “Buscar relatos sobre ella. Recuerdos. Pero cada recuerdo trae su invención; es la película que cada uno se hace dependiendo de lo que quiso retener, de lo que se permiten contarme, de lo que el tiempo va transformando”, explica Villar. “Cualquiera que comparte un recuerdo lo hace frente a alguien que espera algo de ese recuerdo. Entonces, ¿qué es verdad en todo eso?”.

Ante esta incertidumbre, Villar decidió fabricar un relato con las pocas piezas de un rompecabezas que no tenía forma. “El ‘cuadro’ de ese puzzle se iba transformando cómo se transforman nuestras neuronas con el camino que recorremos en el mundo. Ni siquiera nosotros somos una verdad constante”, dice. “¿Relatar una vida es mentir? Quien no haya relatado la vida de un muerto que tire la primera piedra. Qué otra cosa podemos hacer… Vivos o muertos, de la gente solo tendremos retazos que organizamos a nuestra manera, que miramos desde nuestra perspectiva”.

En el documental, el relato es el hilo que permite organizar las preguntas que le hacemos al mundo. “La realidad no existe –o, más bien, una realidad esconde otra–. Cada tentativa por atraparla no es más que nuestra mirada sesgada sobre ella. Sesgada por nuestra historia, por nuestro contexto, por el encuadre que escogemos, por la manera en que la editamos y decidimos contarla a los otros”, agrega.

"Una cámara de cine que documenta la historia de la lobotomía, una práctica ideológica utilizada para mantener a las mujeres sumisas y obedientes a los estándares de la sociedad".

Un nuevo enfoque en la salud mental

La reforma psiquiátrica que comenzó tras la Segunda Guerra Mundial transformó drásticamente la forma en que la sociedad veía a los enfermos mentales y eliminó el internamiento en instituciones cerradas. La asistencia mental se convirtió en responsabilidad del Estado y se impulsaron políticas de reconversión de las instituciones mentales, así como programas de resocialización y reintegración social de los enfermos internados.

En el año 2001, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomendó la sustitución completa de la institución mental tradicional por centros de atención comunitaria, con áreas psiquiátricas en los hospitales generales, lo que marcó un punto de inflexión en la atención a la salud mental.

Aunque aún hay aspectos por mejorar, Natalia Villar cree que los avances en el campo de la salud mental han sido constantes y que hoy en día la red de atención en este campo es más que aceptable. Para ella, su objetivo en su película no es contar la verdad, sino plantear preguntas y ofrecer una mirada sobre una realidad específica para transformar la percepción del público.

Villar opina que ninguna imagen es neutral ni ninguna mirada es objetiva, y que cualquier encuadre es una historia de subjetividad y no una copia de la ilusión de realidad fabricada por los medios de comunicación o la ciencia. Por ello, utiliza el documental como medio para explorar el mundo y reflexionar sobre su relación con él. Además, cree que compartir nuestras dudas e incitar preguntas es la única manera de no engañar a nadie. “Cualquier intento por formar o dar forma al pensamiento, es engañoso”, sentencia.

La directora Catalina Villar reflexiona sobre la importancia de dar voz a las historias silenciadas mientras intenta dar forma a la historia de su propia abuela, en un documental que trasciende el dolor y la violencia para convertirse en un testimonio de lucha y resiliencia.

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