Entrada a la garganta profunda

Deseos de la carne.

Deseos de la carne.

Ayer fue un día lluvioso y largo en Bogotá. Mí paraguas de 5 mil pesos comprado en la también fría y lluviosa Manizales no aguantó las primeras escaramuzas floreándose como si fuese una pepa e’ guama. Por ende, me tocó pasar bajo techo, sea en restaurantes, cafés, o en cine, ¡en cine!, ¿dije en cine? ¡Sí, en cine!

La Cinemateca Distrital de Bogotá en la Séptima al lado del emblemático Teatro Jorge Eliecer Gaitán, que es uno de los 10 lugares de Colombia que más adoro, con sus increíbles precios, y su bella sala, programó 4 películas colombianas en línea. Entré a las 3 primeras, pero la cuarta, era "Pariente" de Iván Gaona, una muy buena cinta, pero que hacía unos meses atrás estuvo en Cartagena, y ya la había visto, aunque parece que nadie más la vio.

A las cinco salí a recorrer un poco las calles, y a encontrarme con mi anfitriona momentánea Leidy Johana Betancur y su novio, a quienes les había pedido por favor me dejaran en la boca del sector Santa Fé para mirar las dinámicas de la prostitución en la capital. Empero, una serie de comentarios de ellos bastaron para agitar todos mis miedos. Era domingo, llovía cruelmente, mi avión salía a las 12, ya iban 20 días viajando, y a uno se le vienen miles de malos augurios a la mente, y dije "vamo' a dejarla así", pero el argumento más contundente fue que le encontré reemplazo a esa crónica, pues cuando descendíamos por la Séptima en dirección a la Torre Colpatria, en un punto equidistante entre la Torre y el Teatro Gaitán, una interesante sala de cine se abrió ante nuestros ojos, casi casi en frente de un bar de "Bogotá Beer Company”.

Era una sala de Cine Porno, de esas ya extintas en Cartagena, y que hace ocho años constituyeron un fracaso para mí.  En mi afán de hacer "relatos de ciudad" no me atreví a entrar. Todavía no tenía el curtimiento necesario, temía al que dirán si me ven entrar, y me habían prevenido de que en el lugar entraban indigentes, que prostitutas de muy baja condición económica prestaban sus servicios allí, que se practicaba el cruishing entre hombres adultos desconocidos, que la gente iba a ese lugar a tener sexo. Otros, decían, se masturbaban, se escuchaban gemidos a tutiplén, y había la idea explícita de que quien entrara estaba consintiendo ser "tocado".

Así que a esa tierna edad y poca experiencia en lo "sórdido y escabroso", me dije a mí mismo: -"William, no entres"-. Y pues días después me decidí a ir por esa crónica, y nada, el cine Capítol X había muerto para siempre, pusieron en su lugar pequeños negocios, una panadería y un Tierra Santa. El lugar, aparentemente, había sido exorcizado.

Así que ayer a las 5.45 de la tarde veía clarísima una nueva oportunidad. Subimos entonces los tres y nos acercamos a la taquillera, una mujer de unos 55 años, quizás más, rostro de cachaca, cabello negro liso, enredado en la cara, algo gorda. Ella nos cuenta que el cinema es rotativo de 11 am a 7 pm, que la entrada vale 9 mil, y que ya sólo quedaba una hora, a lo que yo le contesto: -"tiempo suficiente".

Me despido de mis dos acompañantes y entro. Desde ese punto la gente que pasa por la calle te puede ver, pero como suele ocurrir con la mayoría de los lugares que resultan escabrosos para el imaginario colectivo, la rampa que da la entrada es tapada con algo de madera que tiene el dibujo irregular de una gatita en ligueros, pero que sólo deja ver los carteles de las supuestas 5 películas porno que pasaran en la rotativa

Pago. Me dan un tiquete de cartulina timbrado a la vieja usanza -soy el número 67 y el último que pagará ese día, aunque una señora parece merodear para acceder-, y me alisto para entrar, pues esa es apenas la boca, la lengua y los labios insinuados de esta "Garganta Profunda".

Me enredo, se enredan, y entro sin echar la boletica en una caja de madera, accedo a la sala, tiene una entrada grande tapada por una pared de madera en triple que genera condiciones para proyectar y lateraliza dos "accesos", creando dos "entradas", justo antes de penetrar ese mundo una anciana -empleada del lugar- atiende la sesión de mecatos y bebidas, luego hablaría con todos ellos: la vendedora de tiquetes, el recibidor de los mismos que además es el proyeccionista -un hombre de unos 65 años-, y la de la zona de comidas: todo es viejo en el lugar.

La decoración mural es increíble, como sacada de una estética bien particular, pero coherente y sostenida, grandes óleos de mujeres y hombres desnudos, pintados a la machota adornan los pasillos -apuntan a un gusto burdo y vulgar no por la desnudez sino por la falta de pericia-, frente a la venta de dulces hay dos baños, "Adán" y "Eva", cada uno para su respectivo sexo, con pinturas que tienen el rostro de actores famosos pero desnudos, en el de mujeres el más grande es el de John Travolta. Avanzo entonces hacia la garganta.

Al entrar quedo ciego, el lugar es oscuro, más oscuro que el culo del infierno, y aunque mis conos y bastones oculares comienzan a adaptarse aún así es difícil ver y sigue siendo muy oscuro -sólo se alcanza a ver un letrero en rojo con bombillo detrás que dice "NO FUME".

En el primer piso hay una capacidad para unas 150 personas, quizás menos, pero es inmenso, la pantalla es grande, pero no tanto como la de un cine regular. La parte de abajo de la tela está inmensamente deteriorada afeando la imagen de las "culiadas". Es muy diferente ver pornografía en ese tamaño descomunal. Cuando entro hay tres hombres de pie, dos visiblemente mayores, de unos 55 o 60 años, y el otro como de 40.

Miro y miro, y se presienten figuras humanas, pero muy pocas para la vastedad del lugar, mientras tanto en la pantalla, un hombre musculoso "dedea" inmisericordemente a una rubia caucásica hermosa, recorro el lugar, y no hallo confianza en sentarme y quedarme fijo, siento que soy mirado como una nueva presa disponible, así que prefiero el constante movimiento. Veo un sitio solo y me instalo para sentir las sillas, que son duras y como forradas en cuero. Me recuerdan a las del Cine bar de Quiebracanto en cuanto a su sistema, y muy parecidas en su textura a las del antiguo Teatro Cartagena.

Arriba hay un balcón-mezanine con capacidad para unas 50 personas más, no atino a contar más de seis hombres, y uno de ellos como de 48 años. ¡con tanto puesto, justo viene a sentarse delante de mí! En ese instante comienza a hacerse la paja al son de los gemidos de la rubia caucásica a la que ya se la están clavando en la pantalla grande.

Empieza a mirar hacia atrás, gira y gira, como en busca de una respuesta mía, me levanto y me voy a otro punto, el hombre de gorra se pone en la entrada como tirándome otra señal, y esperando una mía, empiezo a ver la cosa "caliente" en un lugar tan oscuro, en el que no se logran reconocer ni las caras, y dije: vamos a hacer un recorrido afuera que hay luces.

Entonces trato de preguntarle cosas a las señoras. Las dos me dijeron que la sala tenía 50 años, y que, desde su primer día hasta hoy, había sido sala porno, que una de ellas, la más joven, llevaba 30 años trabajando allí, y la otra, una abuelita, llevaba 50. No fueron claras en decirme quién era el dueño.

Creyendo que con ese tiempo se enfriaría la cosa allá dentro, les pido permiso para recorrer el lugar, entro a los dos baños, subo al segundo piso, que se ve más oscuro que el primero, en él hay puestos especiales para parejas a 18 mil pesos, no veo a nadie, sólo al fondo un man, y ni pa'l putas iba ir a averiguar que estaba haciendo.

Volví donde las señoras. Ya se aprestaban para cerrar. Quedaban unos 15 minutos de proyección. -"¿y allá dentro no lo enamoran a uno?"- pregunté. Las dos señoras se ríen como denunciando una "obviedad" -obvio es la palabra favorita de muchas prostitutas paisas que conocí en mi recorrido-.

Antes de partir me animé a una última incursión en esa boca del lobo. En la pantalla otro man y otra vieja se estaban dando de lo lindo. La forma de follar en el porno, aunque todos de alguna forma lo neguemos, es la forma idealizada como todos deberíamos culear y ser culeados.

En realidad, se ve muy delicioso como esa mujer y ese hombre se besan -quisiera estarme besando en este momento con una mujer así-, mi deliquio es interrumpido por un hombre de gorra que se pone al otro extremo y está claramente "cazándome".

Puedo ver su cara con mayor claridad, y me recuerda a esos hinchas de Millonarios que a veces salen en televisión -las señoras ya me habían dicho que hay algunos tipos de esos que pasan todo el día allí, y que también vienen mujeres, pero mucho menos, que el día en que se llena a reventar es el jueves, que si quiero hacer un buen reportaje, que venga el jueves, hoy no es buen día-, el hombre de la gorra me mira. Me siento acosado. No sé si lee mi dubitación como una señal, pero el hombre viene hacia mi, y se pone justo detrás, a una distancia corta muy corta.

Se arrrecuesta a la pared y casi respira en mi nuca, rápido me volteo, y le digo: -"Ajá que es lo que tu quieres, deja el acoso, yo soy periodista y escritor, y estoy aquí para hacer un artículo sobre estos lugares, hago periodismo cultural, social y crónicas de viajes, qué te pasa, qué quieres"-, el hombre, que hacía unos segundos se veía envalentonado y decidido, ahora se ve disminuido. Le disparo una ráfaga de preguntas asumiéndolo como un "entrevistado": -"Tú cuánto tiempo tienes de estar viniendo a estos lugares, qué haces, a qué te dedicas".

Él ahora es el acosado. Mueve la cabeza, diciendo que no va a contestar nada, y no quiere hablar pues cree que lo grabaré. Le digo: -"Tranquilo, da tus opiniones, yo no voy a poner nombres ni nada, sólo quiero que la gente conozca qué tipo de personas vienen acá. Además, a mi únicamente me leen en la costa". Ahora parecía un sordomudo hablando en señas y con interjecciones. Se lleva el índice a la boca y me pide que calle. Señala la pantalla indicándome que estoy haciendo mucho ruido y desconcentro a la gente.

En la sala todo el tiempo se producen movimientos y cambios de puestos, Yo leo en ello una especie de "código semiótico" para el flirteo en el lugar, el cual no entiendo, le digo al vale: -"Bueno, mira te voy a hacer una sola pregunta, y no te molesto más... dime ¿Por qué se mueven, por qué se paran tanto y cambian y cambian de puesto, y se mantienen así durante toda la película?"-. Él me mira, se ríe, pone su mano derecha como un tubito, y empieza a hacer como que chupa algo con la boca, y se sigue riendo. Me rasco la cabeza. Creo que entendí.

De repente, ¡zas! salen los créditos de la película y una hermosa música invade la atmósfera del espacio, pero sin más apagan el video beam, se escuchan movimientos de interrupción y paradas de silla, corro para colocarme en posición de espectador privilegiado cuando enciendan las luces.

Al inundarse de luz el lugar, los cuerpos- se mueven rápido y raudos como flechas, cabeza un poco agachada y van a la salida con total determinación. Cuento unos 10, era imposible verlos en la oscuridad, una de ellas una señora, algo humilde de unos 55 años, trato de seguirlos hasta afuera, pero nada, son rápidos, una vez bajan a la Séptima se pierden entre la multitud y la lluvia.

-"Doña, ¿Y aquí en Bogotá hay más, de estos?"-. Ella barre, piensa, barre, piensa y responde: -Hay otro en la 12, estos dos nada más-.

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