La vida se va al pasar el periódico 

¡PAM! ¡PAM! ¡PAM!

— ¿Qué será ese sonido? ¿se habrán caído las tablas del colegio? 

Pregunta una niña paralizada en la puerta principal de la casa tratando de entender la escena que ha ocurrido ante sus ojos. El hombre de suéter blanco que sostenía el arma entre sus dedos se ha quedado para siempre enclavado en su memoria. No sabía qué hacer, de lo único que estaba segura era que la caótica avenida apostada entre ella y el suceso, la mantenían protegida. 

Los hombres huyeron. Lo surreal del episodio le dio un empujón con el que supo escapar del aletargamiento mientras presenciaba la conmoción de una comunidad desesperada por salvar la vida del hombre que se ahogaba en un charco de su propia sangre. 

La gente rebuscaba en los bolsillos de su pantalón las llaves de la camioneta que lo llevaría al lugar de su muerte. 

¿¡Dónde están las llaves!? Preguntaban todos al tiempo que forzaban la puerta de la camioneta. Nadie respondió. 

El charco carmesí aumenta en la misma medida en que llegan transeúntes al lugar de los hechos. La Policía nunca apareció. La niña pestañea, aún no entiende qué ha pasado. Cuando sus ojos se recuperaron del trance, el hombre ya no estaba.

La comunidad vivió entre gritos y llanto, lo que se lee a diario en la crónica roja de la prensa local. 

La prensa local es una gran crónica roja.

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Adela