Mujer, puta y feminista

Corporalidades y disturbios.

Corporalidades y disturbios.

“Soy venezolana, tengo treinta años, hace dos que estoy en Cartagena”. Así inicia el relato de una prostituta a la que llamaremos Juliana. Ella ha decidido preservar su identidad pues en esta ciudad de vencejos ultraconservadores, es un pecado prostituirse. Tener mozo/a o amante, está normalizado.

“En Venezuela me gradué como administradora tributaria. Trabajé como asistente administrativa por mucho tiempo. Pero bueno, ya sabes, la situación se puso fea, cerraron la empresa por los impuestos elevados y me quedé sin trabajo. Con mi liquidación empecé un pequeño negocio allá, pero todo se encareció. No había otra alternativa. Tenía que emigrar”.

Mientras nos tomamos un café, la lluvia se disipa y el sol regresa. La humedad pegajosa hace juego con la historia de esta mujer transgresora y disruptiva. Sonríe. Nunca para de sonreír. Inruborizable, me cuenta sobre cómo empezó su vida en el vedado mundo de la prostitución.

Al llegar a Cartagena, empezó a buscar trabajo. No fue difícil conseguirlo. Inició trabajando en una estética, haciendo masajes y pintando uñas. En realidad, así fue como empezó todo.

“El 27 de enero de 2018 tuve mi primer cliente. Al finalizar uno de los masajes rutinarios en el trabajo, este pidió que le diera un final feliz. Es decir, quería que se lo mamara, chupara, o como sea que aquí le digan. A mi edad, por alguna razón, he sentido una necesidad insaciable por el sexo, es algo que disfruto, me gusta. Nunca nadie me ha obligado a hacer esto. Entonces me dije: si me gusta, y además puedo ganar dinero extra, ¿Por qué no?”

Desde entonces, su vida ha transitado entre hombres y mujeres con los que ha redescubierto su sexualidad al tiempo que gana dinero. Con las ganancias obtenidas en ambos empleos, Juliana decidió traer a Cartagena a su esposo y su pequeña hija. Aunque en un principio estuvo feliz por tener al hombre con el que estuvo casada por seis años, ella sentía, desde entonces, que nada volvería a ser igual.

Esa disyuntiva particular, sobre si permanecer al lado de su pareja o darle rienda suelta a sus pasiones humanas, detentó más temprano que tarde en la ruptura de la que alguna vez fue una familia tradicional venezolana desde la perspectiva heteronormativa. 

“Mi esposo era muy conservador. Machista. Para él, tener sexo era solo un acto de procreación. Para mí no, para mí era todo lo contrario, el sexo ha sido mi liberación, mi mecanismo de emancipación personal”.

Juliana nunca se ha atrevido a posar en las inmediaciones de la plaza pública del reloj. Pese a ser este el epicentro de la prostitución en la ciudad amurallada, ella siempre ha preferido mecanismos más sutiles, que le han permitido desempeñar a la par ambos oficios. Agazapada en la fachada de su trabajo, ella continuó concertando citas con sus clientes. Juliana decide con quien acostarse. Nadie la gobierna o maneja. Cobra entre 400 y 500 mil pesos por hora. En la torre del reloj el precio oscila entre los 100 y los 150 mil pesos. 

Ella no es la única que lo ha hecho así, al parecer, cada vez es más popular esta modalidad entre quienes practican masajes a extranjeros, pues los cientos de miles de turistas que vienen a la ciudad anualmente, no solo vienen tras la estética de lo amurallado, sino que además están ansiosos por probar drogas baratas y sexo sin limites. Ambas cosas, más fáciles de conseguir que una cerveza enlatada cuando se trata de Cartagena. 

Juliana es consciente de los riesgos sobre la salud que puede acarrear la práctica de su oficio. Por esto siempre que realiza una felación o tiene relaciones con algún cliente, usa preservativos. Tiene chequeos periódicos con el médico ginecólogo y se mantiene informada sobre el sexo, la carga hormonal femenina relacionada con el aumento de su libido y el auto reconocimiento de su cuerpo como una lección personal de aceptación. 

Todas estas lecciones personales, deberían ser aprendidas por hombres y mujeres en una ciudad que ocupa el puesto número tres en tasa de fecundidad según el último informe de Cartagena Como Vamos y la tercera en incidencia de VIH/SIDA a nivel país según el Instituto Nacional de Salud.

Es decir, que en una ciudad donde hay grandes probabilidades de quedar embarazado/a, y/o contagiarse alguna enfermedad de transmisión sexual, es obligatorio reabrir el debate frente a la cátedra de educación sexual a temprana edad y el diálogo abierto entre ciudadanos reprimidos, acusados cada tanto por su tapiñerismo inocuo, cobijados bajo una estela de machismo permanente que devela su crisis sobre un régimen de moralismos estériles.

“Cartagena es una ciudad que no está preparada para entender al otro. Las personas de esta ciudad rara vez pueden ponerse de acuerdo. No solo al respecto de temas como este, sino en temas sencillos como los niveles de sonido que debe tener la música en una fiesta de barrio o las normas básicas para el cuidado del medio ambiente. Si eso pasa con temas tan sencillos, ahora imagínate cuando se habla de feminismo, y más viniendo de alguien que ejerce la prostitución, debe ser una locura”.

Cada vez que Juliana compra un preservativo o pregunta por un lubricante erótico en una farmacia, una lluvia de miradas la persiguen sigilosamente como una suerte de acusación tácita que le impone la marca de puta. En las sociedades heteropatriarcales, no hace falta que vendas tu cuerpo a placer para ser considerada una de estas. Basta con vestirse de tal o cual forma, pensar distinto, transgredir los roles clásicos de la sociedad machista, expresar sus preferencias sexuales, manifestar deseo, libido, pasión, o simplemente, cómo es el caso de esta puta con cojones, comprar preservativos, para ser considerada la reina de las coyas.

Así, tanto aquí como en muchos otros lugares del mundo, ser mujer es vivir desde temprana edad, con un peso extra a causa de la apariencia física, las críticas, los estereotipos, el acoso, las violaciones y la carencia de garantías para la justicia y la equidad. Por eso aunque Juliana ha sido víctima de burlas y rechazo por sus modos de vestir o comportarse, ella ha decidido no dejar que nadie determine lo que ella es, o puede llegar a ser. 

Aunque esta decisión personal no resuelve los problemas estructurales de un sistema que debe reevaluar sus prácticas sociales desde la aplicación de las leyes y la política pública, este acto de resistencia es una lucha personal por la reivindicación de lo que nunca había podido ser. 

El debate sobre si el feminismo debería ser abolicionista o no en su contraposición con la prostitución, no es un elemento central a discutir en esta oportunidad. Aunque algunas teóricas del feminismo como Carla Lonzi aseguran que “el feminismo se presentó como la salida entre las alternativas simbólicas de la condición femenina, la prostitución y la clausura: poder vivir sin vender el cuerpo y sin renunciar a él”, lo cierto es que hoy, en plena marcha del siglo 21 no se puede pretender hablar de feminismos sin antes integrar como un elemento aglutinante, a todas las putas, sus grupos de base e incipientes sindicatos junto con sus sus justas luchas por la dignificación laboral.

Es a través del reflejo de sus múltiples luchas por la dignificación y normalización de las condiciones de trabajo, donde se reflejan las violencias estructurales de sociedades que han visto en la mujer una mercancía que no requiere mayores condiciones para desarrollar una actividad menoscabada, pero que bien ha servido para que hombres y mujeres, desde el inicio de los tiempos, exploten sus fantasías eróticas más profundas.

Hace unos meses, Juliana dejó de trabajar como masajista. Estos últimos tiempos han sido duros pues el turismo en la ciudad ha caído en niveles preocupantes en relación con años anteriores. Estos meses el padre de su hija, de quien está apunto de divorciarse ha sido su soporte económico. Sin embargo, ella no para de buscar un trabajo. Lo de la prostitución es algo ocasional, no piensa dedicarse toda su vida ello, “es una etapa provisional”, sostiene.

Mientras la gente de esta ciudad pecaminosa, donde estalla el lívido y las pasiones humanas en una oda al dios Dionisio, prosiguen su escalada autodestructiva atrincherados en una moralidad religiosa arcaica para salvaguardar la honra del que dirán, aumentando así el eterno trauma causado por la abstinencia a lo desconocido y la no aceptación del otro, ella continúa ganando dinero mientras disfruta ser cogida, pululando entre orgasmos placenteros hasta quedar exhausta, con la felicidad marcada de pómulo a pómulo. 

Llámenla puta, ramera, felatora, prostituta, coya, mujerzuela, indecorosa, bandida, perra, sucia, inmoral, sinvergüenza, o cómo mejor les parezca nombrarla en esa catarata de sinónimos que hemos inventado para referirnos peyorativamente a las trabajadoras sexuales y mujeres en general.

A Juliana lo que las personas que lean esto puedan llegar a pensar, poco y nada le importa. Ella, hoy más que nunca es la mujer inquebrantable de sus sueños, la madre venezolana de treinta años que nunca ha sucumbido, que no se ha doblegado, que continúa de pie, intacta, siendo la puta de las putas, por los siglos de los siglos, amén.

Emilio Cabarcas

Comunicador social y periodista. CEO y Fundador de Cuatro Palabras. Experto en periodismo comunitario y desarrollo de iniciativas de innovación social.

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