¡No, no soy gay!
Vivir en Cartagena es demasiado difícil. No solo por sus altas temperaturas y su tráfico inviable, sino también por su gente (en muchas ocasiones) vulgar y violenta. La fantástica es un vividero demasiado complicado por muchas más razones. Aquí, no ir a la iglesia, no querer tener hijos, no querer casarse, ser homosexual, entre otras situaciones (muy específicas), se constituye en un error que hay que corregir y que, de no poder cambiarlo, hay que anularlo, excluirlo o cancelarlo.
La historia que a continuación contaré es la de un joven cartagenero, estudiante de comunicación social de la Universidad de Cartagena de 24 años, cuyo más grande error ha sido ser él mismo. Esta historia, es el ejemplo claro de cómo ser diferente aquí, resulta en una catástrofe para quien carga con esa miserable categoría de “raro” o “distinto”. Esta es la historia de Edgar Saúl Torres, uno de tantos hombres heterosexuales pero afeminados, de la esta ciudad.
Yo crecí con mujeres, siempre fui y he sido el único varón de mi familia paterna. A mí me llevaban todos los fines de semana a la casa de la mamá de mi papá y allá no había niños para jugar al balón o cualquiera que sean los juegos que los niños juegan; allí vivían mis primas y solo había peluches, barbies y una cocina de juguete para jugar. Sin embargo, para mí nunca fue algo incomodo, por el contrario, yo disfrutaba más de esos ratos entre niñas, jugando a las muñecas o a la cocinita, que cuando mi papá me llevaba a jugar futbol. Para mí estar entre mujeres nunca fue algo que me “tocaba” hacer, sino, más bien, era una elección y hasta, en ocasiones, una petición.
Sin embargo, la orientación sexual de Edgar Saúl nunca estuvo en duda: a mi me gustaban las niñas, eso siempre lo he tenido claro. Nunca sentí ningún tipo de atracción por el sexo masculino y, aun cuando en el colegio me enamoré de un niño, nunca fue algo sexual, era más bien que disfrutaba demasiado pasar tiempo con él. Pero por mi mente jamás se pasó la idea de besarme con un niño, desde el principio siempre supe que yo era heterosexual.
Aunque Edgar tiene claro que él no es gay, para su familia y para la sociedad en general, las cosas tienen matices muy distintos. Esto es porque vivimos en una ciudad machista, conservadora, “chapada a la antigua”. Para un pueblo con esas características, solo hay “machos” y “maricas”. Un hombre afeminado, es marica y ya, no hay otra categoría.
Cartagena, no es tan fantástica como aparece en las postales turísticas que se muestran a los ojos del mundo. En términos de igualdad y libertades para la expresión sexual y de género es una ciudad que discrimina y rechaza aquello que sea o elija ser algo distinto a “lo que está bien”, a lo que es “correcto. Una ciudad donde quienes somos diferentes, nos vemos obligados a mentir, a escondernos tras máscaras, tras falsedades. Aquí la masculinidad se constituye en un concepto sobrevalorado que impera en las relaciones de poder y se intensifica en el transcurrir del tiempo.
Para mí, ser como soy nunca ha sido algo que está mal. Yo me siento orgulloso de ser un poco de todo, de no mentirme a mi respecto a lo que siento a quien soy. Al mismo tiempo, no siento que tenga que demostrarle nada a nadie, ni convencer a nadie de nada. La forma en la que me comporto resulta ser lo que me fluye en el momento, sea cual sea, y eso no tiene porque importarle a nadie, y mejor aun, nadie tiene porque juzgarme por ser así, por ser diferente.