La contradicción de ser reina y ser popular

En el mes de noviembre en Cartagena hubo elección y coronación de la Reina. Este año el Reinado de la Independencia no estuvo a la sombra de las representantes de Antioquia, Atlántico o Santander, sino que brillaron jóvenes de barrios populares como Blas de Lezo, Líbano y El Pozón. La reina fue elegida y coronada después de un esfuerzo monumental de los barrios que compiten por tener la corona. Acompáñamos el proceso de algunas candidatas en medio de un reinado lleno de esfuerzos y altibajos.

“La directora de la comitiva, que es la encargada de escoger a las reinas aquí en el barrio, llega y me dice: Ven y ponte el vestido de baño. Cuando yo me lo coloco y salgo, me dice: Tú vas a posar así… ponte así. Me acomodaba el cabello, me indicaba cómo debía ser mi postura, que soltara los brazos, que estuviera erguida, que levantara el mentón. Después me dijo: Te vas a aplicar esto y esto en la piel, es que me gusta mucho tu perfil, estás listica para lanzarte a reina”.

Y ahí mismo empezó el reinado de Yuliana Mestra Sánchez, una joven de 22 años que nació en el corregimiento de Bayunca. Mide un metro con 64 centímetros, es Asistente Administrativa, se considera una mujer responsable, empática y comprometida y este año tuvo la tremenda responsabilidad de buscar la corona de las fiestas populares, de las Fiestas de la Independencia de la ciudad. 

En la Cartagena de puertas para adentro, la popular, de bulla y alboroto, el Reinado de la Independencia es más importante que cualquier otro evento, que cualquier cumbre de presidentes o festivales literarios, o de música, o de cine. Nada es más relevante. Nada es más vital que este concurso que reúne a las jóvenes más bonitas de todos los barrios de la ciudad, moldeados a punta de champeta, de venta de bolis y de arepa de huevo, donde la ropa se seca en las puertas de las casas y donde limpian los pescados en cualquier andén. Barrios populares que tienen calles sin pavimentar, que se inundan con cualquier aguacero, que tienen pandillas y donde aún hay casas de cartón y bahareque. 

La historia de Julia Barrios Rosales es similar. En 2017 participó en un reinado para ser la imagen de un Centro Comercial y resultó ganadora. Desde entonces, fueron varias las peticiones de amigos, asesores y familiares para que siguiera escalando en el mundo de los reinados. Julia cuenta que como candidata no la tienen fácil, porque la plata no les alcanza y todo cuesta. Los tacones, el vestido de baño, el maquillaje, las extensiones, los accesorios, el traje de fantasía, el de coronación. Y por eso es por lo que el barrio entero no deja sola a su candidata. 

Desde que recibió la banda que la acreditó como señorita, estuvo de calle en calle organizando bailes y bingos que junto con su comitiva armó cada fin de semana durante dos meses para recaudar fondos. 

“Cuando una se lanza a esto, hay que estar preparada para cualquier imprevisto. El clima, los permisos, el desorden público, cualquier cosa puede ser determinante para que uno de los eventos se realice o se cancele, y en la búsqueda de fondos nos vemos afectadas”, cuenta Yuliana, quien depositó gran parte de sus esfuerzos en la realización de un salsero en su comunidad el pasado domingo 6 de noviembre, que tuvo que cancelarse ante las lluvias que no dieron tregua durante ese fin de semana en la ciudad y que dejaron a decenas de familias en medio de inundaciones.

Fue precisamente esta emergencia climática la que llevó a que el objetivo del “Bembé Festivo” fuera cambiado por el “Bembé Solidario” como una estrategia del IPCC en la que se apoyó en las reinas para hacer colectas para los barrios damnificados y responder a los reclamos de la ciudadanía que pedían cancelar las fiestas.

“Nos tenían a la expectativa. Los organizadores del reinado no nos daban explicaciones, cancelaron varios eventos que estaban programados en la agenda festiva, nos tenían al margen de las decisiones. Algunas creímos que iban a cancelar el reinado y que todos los esfuerzos que habíamos hecho hasta ahora iban a ser en vano. Estaba justificado, estábamos atravesando una emergencia y el haber coincidido con los primeros días de fiestas sirvió para amplificar la situación en la que viven centenares de familias de la Cartagena no turística”, señala Julia. La orden fue cambiar el emblema de las fiestas, de festivo a solidario, limitar las apariciones públicas de las candidatas y enfocar los esfuerzos a tres eventos claves: la noche de tradición festiva y prueba de talento, el desfile en traje de baño, y el tradicional bando de la Independencia del 11 de Noviembre.

Y así fue. El día que siguió al anuncio de las medidas se podía acabar el mundo, pero la Cartagena de los extramuros se fue para el Teatro de Heredia con pancartas, megáfonos y grupos musicales para hacerle barra a la de su barrio.

“Venga, para que vea cómo se están preparando”, dijo Kevin Vargas, preparador de reinas.

En la sala un maquillador y un estilista preparaban a Yerlis Lora Polo, candidata del barrio Policarpa. Esa noche las candidatas se expondrían a la crítica y el murmullo cuando salieran en trajes de baño de una y dos piezas, como cuando van las reses al matadero, posando con su mejor sonrisa ante las cámaras, los jurados y las comitivas, como si de eso dependiera el resto de sus vidas.

A las afueras del Centro de Convenciones estaban las comitivas, engalanadas con sus colores representativos y con las caras de las chicas estampadas. Ellas, como buenas reinas, se hacían esperar. 

  • “¿Quién te maquilla?”

  • “Mi maquillador se llama Neolber Suárez. Él viene aquí, nosotras le damos los pasajes, la comida y eso”.

Y con los vestidos es igual. Algunas acudieron a modistas que viven en sus barrios para que se encargaran de coserles. Los diseñadores de pompa y renombre se quedaron en la fastuosidad del Concurso Nacional, lleno de trapeadores, de cristales, de plumas y encajes. Acá las telas no tienen tanto pedigrí, porque para estas chicas lo importante es hacer visibles a sus barrios, tanto lo bueno como lo malo. A estas candidatas el concurso les sirve para pedirle al alcalde que haga el alcantarillado, que haga colegios o un puesto de salud. 

La seguridad de Yerlis, que es del barrio Policarpa y la quinta candidata que lo representó en las fiestas de la Independencia, aún se quiebra un poco cuando lee y recuerda los comentarios que rompen con la tranquilidad que ha tratado de aprender en cada uno de los actos públicos a los que las invitaron. “Hay mujeres más bonitas”, es la principal crítica que en redes sociales circuló. Ella, de tan solo 18 años, tuvo que lidiar a diario con los señalamientos, burlas y matoneos. En medio de las críticas, su mayor soporte fue su familia, entre otras cosas numerosa, quienes además le acondicionaran un cuarto real para que ella se vistiera, se cambiara, se maquillara y se mirará frente al pedazo de espejo pegado en la pared de ladrillos.

En Bayunca, Yuliana camina por el barrio asumiendo su papel de reina. Sonríe y saluda como si esta calle fuera su pasarela real. Ya no ve la hora de desfilar en el Centro de Convenciones. La emoción se le nota. A su paso, algunos hombres hacen reverencias, se escuchan pitos de motos y buses, y algunos “¡ESA ES!” a media calle de distancia. Bayunca celebra a su reina con satín, con maicena y con tambores. 

A media hora de distancia, en San José de los Campanos, Julia salió vestida de cumbia. Andaba para arriba y para abajo con su comparsa que no desperdició oportunidad para hacerle bulla, para que todo el mundo le aportara y ahí se volcaban. Trabaja como judicante en una entidad pública, pero tuvo que pedir permiso para dedicarse de lleno al reinado que le consumía todo su tiempo y su energía.

A punta de ollas de sancochos, de rifas y bailes, estas candidatas recogieron lo que más pudieron para verse la noche del 14 de noviembre como reinas reales, las de la independencia, las de las barriadas cartageneras. 

  • “Aún no he sacado cuentas, pero de verdad espero que me alcance el dinero”, cuenta Julia, esperanzada.

Pero vino lo de siempre, no había plata, pero sí muchas ganas de llevar la cinta que la distingue como reina. “El vestuario de fantasía me salió por alrededor de un millón y medio y ya el vestido de coronación que hablamos de todo, la tela, las piedras, los tacones, pues ya sería más costoso, por casi tres millones”, agrega, “Mi mamá es la que tiene todo el peso de los gastos, que si la merienda, que si la comida, que mis transportes, que los servicios en la casa. Entonces es bastante complicado”.

No es la típica reina de respuestas prefabricadas. Habla sin miedo de lo que está mal en el concurso y confiesa que está en un reinado no para que le cambie la vida sino por un compromiso con su barrio. Ella al igual que sus congéneres, se disfrutan su momento de gloria. Ven al reinado popular como un trampolín para salir del anonimato e inspirar a más niñas de sus barrios. 

Son mujeres preparadas, con sueños e ideales muy marcados, en un reinado lleno de África, construido sobre el jolgorio, la alegría y la bulla de chicas que han dejado sudor y lágrimas en cada edición, tratando de ser la reina de los cartageneros.

 
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