El último baile de la Negrita Puloy

Aunque Ivis Amor Beltrán tiene en la cabeza una lista infinita de tareas por hacer, en lo que más piensa hoy es en el desfile de mañana. Pocos saben que planea recorrer los dos kilómetros del bando con una muletilla. Este es el último baile que quiere hacer antes de someterse a una operación de columna.

Estamos en su casa, una estructura de ladrillos color pastel que tiene adornos en cada esquina y en cada mesa, varias muñequitas Puloy y una pared repleta de cuadros que dejan inmortalizado su aporte al folclor de Cartagena. Hace más de una década viene personificando a uno de los personajes festivos más longevos del Caribe, la Negrita Puloy, con el que además ha viajado a otras ciudades.

Mañana viernes toda Cartagena se reunirá en torno al Bando de la Independencia del 11 de Noviembre, el punto más alto de las festividades novembrinas, que este año estuvieron llenas de mascaradas, bailes, música, cimarronas y todo lo que simboliza la cultura local y a la vez, nacional. Cartagena es la cuna del folclor caribeño e Ivis es, para muchos, una exponente muy importante.

Dice una de las niñas presentes que “quien no conoce a la Negrita Puloy, no conoce Cartagena y mucho menos el Carnaval de Barranquilla”. Mientras tanto, Ivis entra y sale de los cuartos de la casa. Abre y cierra gavetas. Revisa papeles y los vuelve a doblar. Dice que se la pasa la mayor parte de la noche en un escritorio que está en media sala. “Duermo muy poco”, dice ella. “Demasiado poco”, murmura en voz baja.

Tiene tantas ideas en la cabeza que se le quita el sueño. “Lo que no tengo es tiempo, por eso no dejo que estas muletas me tengan postrada”. Ella es la que hace los tocados, los delantales, los maquillajes, todo el vestuario. “Me dan las dos o tres de la mañana”, dice, pero no se le olvida lo que le dijo el médico: “Que debo dormir mis horas de sueño”. Solo durmiendo poco se puede hacer tanto. 

"La Negrita Puloy es una coquetona", así describe a su personaje. La idea nació hace 25 años cuando su suegra le dio la idea de que "saliera con las Negritas Puloy en el Carnaval de 1994". En un comienzo "no sabía de qué trataba", hasta que, con una historia jocosa, su suegra le contó: "eso es un disfraz que cuando yo estaba joven, mi hermana y yo nos disfrazábamos de negrita puloy para parrandear. Antes no se podía entrar sola a un salón de baile, si lo hacías era la perdición", apuntó. 

De acuerdo con Ivis, el disfraz tapaba todo el cuerpo para que las personas que estaban dentro de los salones no conocieran la identidad. En algunas ocasiones, las mujeres disfrazadas se encontraban a sus maridos y los seducían. 

"Ellas antes tenían las caras tapadas y para el vacile entraban a los salones y, a veces, se encontraban a los maridos… entonces los vacilaban", explica entre risas. 

Vestidas con licras de su mismo color hasta cubrirse el rostro, las Negritas Puloy portan un vestido rojo -como sus labios- con puntos blancos, escote prominente, un turbante con arandela, argollas grandes como aretes y usaban baletas para ser el centro de atención de miles de miradas que admiran sus bailes que nacen del corazón.

Una de las tradiciones es el peinado 'afro', pues con eso buscan hacer un "homenaje a todas las mujeres palenqueras".

Desde muy joven vivió el Carnaval de Barranquilla, fue la última reina popular que tuvo la Urbanización El Limón en Barranquilla, por allá en 1986.  “Este es un personaje alegre, y comenzó precisamente en el barrio Boston para que las mujeres en la década de los 60 pudieran ingresar solas a las casetas o bailes de Carnaval y de esta manera no ser víctimas de chismes mal intencionados por salir sin hombres”, agrega.

Años más tarde, cuando se mudó a Cartagena, migró con ella la tradición festiva y ha participado en todas las ediciones de las Fiestas desde el año 2000.

La herida de la Puloy

Salimos de su casa y, de camino al carro, me cuenta que hace dos años no baila en un escenario como el bando y que lo de mañana será un homenaje a su madre, fallecida durante la pandemia. Y que por eso para ella es tan importante subirse a esa tarima al menos una vez más.

Como siempre está pensando en un montón de cosas a la vez. La folclorista pasa de un tema al otro de repente. “Para mí el jean y los tenis es lo más cómodo, pero a mí me encanta el zapato alto”, me dice de repente. 

Es imposible obviar lo elegante que es. Blusones, pulseras y anillos en ambas manos, argollas en cada oreja, uñas largas en manos, perfectamente decoradas, y un lunar que se pinta con marcador, “un detalle del personaje” dice, pero que se le olvida borrar.

“Lo que pasa es que, al rato, cuando vuelva a usar tacón, me termina doliendo la espalda”, me dice renqueando un poco. Apoyada en la muleta, cuando camina y hasta sentada, la columna de Ivis se ve encorvada.

En Cartagena ya es de noche e Ivis y yo llegamos al ensayo final. Hay unas 20 bailarinas de todas las edades que entran y salen de escena con perfecta coordinación. Al margen del gimnasio, algunos papás observan a la distancia mientras acompañan a sus hijas.

Ivis los ve, los analiza y da unas pocas instrucciones. Luego saca unos minutos para practicar su parte, discretamente, sin la música de fondo. Se ve concentrada, pero falla algunas veces por sus dolencias. Tiene una evidente preocupación en la cara.

Luego del ensayo, me dice algo inesperado:

“Es que, no sé si salir en el bando o no. Para eso uno se prepara psicológicamente, entonces si no me voy a sentir bien, mejor no lo hago”.

Día final

Son las nueve de la mañana con algunos minutos y las comparsas comienzan a llegar para salir con su arte ante los cientos de cartageneros que estarán expectantes. Ivis, ubicada bajo una sombra, trata de controlar que todo salga bien: el sonido, los vestuarios, los movimientos de sus discípulas.

Probablemente yo soy la única persona del público que está esperando que Ivis desfile, baile y le rinda honor a su mamá, a su legado de un cuarto de siglo. Pero Ivis Amor, decide no bailar. “Siento que voy a llorar mucho. No me siento fuerte”, me dice como si ya tuviese enumeradas las razones. “Yo no me expongo a hacer ridículo. Si yo voy a estar floja, tembeleque, mejor solo camino. Mis chicas ya se encargan de dar el espectáculo que la gente quiere”.

De todas formas, no se ve preocupada. No tiene el semblante de alguien que ha dejado pasar la que podría sería su última oportunidad para mostrar su arte. 

Ivis sigue sonriente. A la espera del resultado de su operación. Ansía recuperarse pronto y volver a bailar. Ese tipo de baile y su sonrisa particular de la Negrita Puloy es el reflejo de la lucha, la historia y la cultura Afro. Ansía volver y hacer su imponente aparición sobre la Santander para bailar con entusiasmo y repartir besos a cualquiera que la vea. “Este disfraz se lleva en la sangre, la alegría de la mujer costeña y de las mujeres cartageneras y barranquilleras”, finaliza.

 
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