La historia de un pueblo tan pobre que solo tenía oro
Coteje forma parte del Consejo Comunitario Renacer Negro, el primero en obtener la restitución de tierras a través de un proceso de reparación colectiva. Pese a este logro, la comunidad continúa resistiendo por la defensa de su territorio contra la minería ilegal y la siembra de coca. Según datos del Centro de Memoria Histórica, hasta la fecha, los gobiernos de turno no han cumplido ni siquiera el 80% de los compromisos adquiridos con la comunidad tras la firma de la ley 70 de 1993.
Con frecuencia, el sonido estridente de dos piedras moliendo broza se escucha en el pueblo durante todo el día. Las máquinas arrancan el oro de las entrañas de la tierra. Zonas que aún conservan su característica vegetación verde y frondosa, ideal para la siembra de maíz y arroz, desaparecen en un instante mientras un puñado de ranas terriblis croan y se lamentan.
Es el pueblo minero de Coteje, en el sur del Valle del Cauca. Una zona ubicada en la ruralidad de Timbiquí, en el Pacífico Colombiano.
Coteje es una zona agujereada. Maquinas gigantes como dragones amarillos que se tragan la tierra son parte del paisaje cotidiano. Para sus habitantes el oro que se extrae no compensa la ausencia de garantías para la vida digna. El acceso a la educación, la precariedad de servicios públicos básicos y la violencia de grupos armados que se disputan los cultivos ilícitos y la minería ilegal, son solo algunos de los problemas aquejan a esta y a las comunidades vecinas.
El líder comunitario Miguel García, dice que la situación es compleja. “Coteje padece la carencia de agua potable, las tuberías son artesanales y están conectadas por un sistema de bombeo, pero las fuentes de donde se extrae no son aptas para el consumo humano ya que son aguas a causa del uso del mercurio utilizado en la extracción del oro. En materia de salud, educación, seguridad y el resto de servicios básicos la situación es igual o peor».
El evidente abandono histórico que ha sufrido la comunidad, ha propiciado que fenómenos como la minería ilegal, el narcotráfico y la violencia armada, se hayan convertido en el santo y seña de una de las regiones más biodiversas del Chocó Biogeográfico.
Sus habitantes creen que pese a los esfuerzos que hace el gobierno local para frenar la contaminación y el aumento de la minería ilegal, la presencia del estado es insuficiente para garantizar la seguridad de un territorio disputado por grupos armados, quienes ven en la riqueza mineral de estas tierras un cheque en blanco con el que pueden financiar sus actividades ilícitas.
Entre rifles y mercurio
En esta zona, el oro se extrae de forma industrial y artesanal. En la explotación industrial destacan las retroexcavadoras y las dragas en los lechos de los ríos, que son operados por las comunidades y supervisados por miembros de las disidencias de las FARC, el ELN y las guerrillas urbanas.
A nivel artesanal, el trabajo lo realizan los güiriseros, personas que se sitúan en la desembocadura de los ríos en busca de metales preciosos que recuperan por medio de la técnica del «barequeo» o “aguas corridas”. También emplean algunos métodos de generaciones anteriores, como la técnica del buceo a pulmón libre, que consiste en amarrarse una piedra en la cintura para sumergirse durante tres o cuatro minutos, y así extraer la tierra que contiene el metal.
“Mucha gente no quiere que hablemos de estos temas porque con la minería, sea legal o ilegal, se benefician muchas familias, ya que es la única fuente de ingresos para poder sobrevivir”, Manifiesta Miguel.
Paradójicamente, ese metal, que se viene extrayendo desde hace varias décadas, no genera bienestar para los habitantes de la zona. En Timbiquí, la cabecera municipal, el índice de Pobreza Monetaria está entre el 50 y 75%, y es el municipio con mayor índice de miseria en los hogares, con un 13,66%. Sin embargo, la importancia del municipio, más allá del oro, es su ubicación geoestratégica, ya que conecta la Cordillera Occidental, por la zona del Tambo, Argelia y Balboa, con la zona costera.
La fiebre del oro
Las disidencias de las FARC, uno de los grupos con mayor presencia en Timbiquí, se ha mantenido aquí desde que se firmó el acuerdo de paz en 2016, y sus operaciones locales de extracción de oro están profundamente arraigadas. Ese mismo año, la Defensoría del Pueblo advirtió que la actividad minera llevada a cabo por actores armados representaría desafíos socioambientales para el departamento del Cauca. No se equivocaban.
Gustavo Banguera, a quien encontramos comprando víveres en una tienda local, trabaja como operador de retroexcavadoras. Tras conversar a solas durante varios minutos con Miguel García accedió a hablar con nosotros. «La minería está matando a la gente, pero es necesaria para vivir otro poquito», relata.
En sus manos y brazos hay marcas causadas por el mercurio que se usa para separar el oro de otros elementos. Él cree que su enfermedad es un hongo que le está comiendo la piel. También asegura que todas las personas que se ven obligadas a buscar migajas de oro en los botaderos de las dragas, al igual que él, la padecen. Varias personas en Coteje lo confirman.
García sostiene que la minería, tanto la industrial como la artesanal, han contaminado las aguas del río Timbiquí. «Todo esto lo saben las autoridades y no han hecho absolutamente nada. Han pasado décadas y no existe ni desarrollo ni cambio en la forma de controlar la actividad”, señala, «la contaminación está por todo el río, y las personas de Timbiquí y su entorno peligran».
Desde el 2011 las organizaciones negras y afrodescendientes que trabajan por la defensa de los territorios ancestrales del Cauca, han emitido alertas a los organismos nacionales e internacionales sobre el inminente peligro ambiental, social y económico que representaba la minería ilegal en la región de Timbiquí. Sin embargo, tal y como lo reseña el portal web Renacientes.org en su comunicado de prensa emitido en marzo del 2011, “no aplica, frente a la minería legal e ilegal, la protección de los derechos constitucionales de las comunidades negras/afrocolombianas. Mientras nuestras comunidades son profundamente afectadas en su integridad cultural y sus vidas, todas las entidades estatales y gubernamentales parecieran ponerse de acuerdo para no operar”.
Más allá del oro
Cada vez es más común que los nativos pasen de trabajar en la extracción tradicional a las minas mecanizadas, y que sus aspiraciones se centren en reunir capital suficiente para comprar su propia maquinaria y crear sus entables. «Los dueños de los entables le permiten a los barequeros rebuscarse buscando oro siempre y cuando no les afecten, e incluso adecúan mejor el terreno para que sea menos peligroso trabajar. Algunas veces la policía y el ejército hacen redadas e incautan o destruyen las máquinas, pero al poco tiempo los dueños ponen otras», agrega Garcia.
Frente a la escasez de oportunidades, los trabajadores suelen regresar a las operaciones mineras desmanteladas. En ocasiones, fijan sus intereses en otras actividades ilícitas, como el cultivo de coca o la tala ilegal de bosques.
En promedio, un obrero minero gana entre 10 y 15 dólares al día, ya sea por extracción, acarreo o molienda de la broza.
Para Miguel, no hay una sola comunidad en la extensión del río Timbiquí en la que no haya gente soñadora y con esperanzas de una vida mejor. Para él es lamentable y penoso que desde el Gobierno Nacional no se haya brindado la atención necesaria para enfrentar una problemática que afecta las vidas de las miles de familias que viven en Timbiquí y en su zona rural. Estas familias, pasaron de respirar tranquilidad, a vivir en medio de una disputa violenta por el control de oro. “Para nadie es secreto que hay grupos que han intimidado a la población y se han dado asesinatos, que en muchos casos toman como víctimas a gente inocente”, afirma, pero no entra en detalles por temor.
Para muchos, Coteje vive una tragedia semejante a la historia del rey Midas, quien según la mitología griega tenía el poder -para unos- y maldición -para otros- de convertir en oro todo lo que tocaba.
Pese a esto, los liderazgos comunitarios de la zona continúan soñando con la transformación de esta subregión, que, con la llegada de Francia Marquez y Gustavo Petro al palacio de Nariño, cree que su historia puede cambiar de una vez por todas.
Tal vez sea por esto que en esta población donde Marquez y Petro obtuvieron más del 90% de los votos en la primera y segunda vuelta presidencial, la gente ha decidido creer que no están condenados a ser los habitantes de un pueblo tan pobre que solo tenía oro.