Relato urbano #1

Don José vende tinto en la Plaza de Bolívar, ubicada en el Centro Amurallado de Cartagena, desde hace 10 años. Le he conocido en una jugada rocambolesca del destino. Para esta hora debería estar grabando una entrevista con el fotoperiodista Jesus Abad Colorado, con quien nos veríamos en el Hotel Santa Teresa a las 3 de la tarde el pasado 31 de agosto del 2022. Sin embargo, una lluvia repentina e inoportuna trastocó mis planes. 

Aquí estoy, buscando algo que me caliente los huesos. Estoy empapado. Le pregunto a don José si tiene aromática. En el momento tiene, me dice. Detrás escuchó una voz brillante diciendo, "solo tiene tinto". Es ”La Chiqui”, como todos la conocen, quien desde hace más de 20 años vende boletos de lotería en la misma plaza. 

José, me ofrece el vaso de tinto de mil pesos. De seguro se ha dado cuenta que necesitaba un vaso grande de algo tibio para apaciguar el frío que comenzaba a colárseme por la piel. 

Rostros de Cartagena. Foto por: Ivan de la Rosa

¿Sabe dónde queda el hotel Santa Teresa? — Le preguntó después de tomar el primer sorbo de tinto. 

"Doblas por la esquina, a dos cuadras, y ahí llegas" me responde de manera sencilla y corta. 

La Chiqui, siempre alerta, me da una respuesta más detallada que no alcanzo a escuchar bien. ¿A dónde es qué va él? Sigue preguntando mientras se acerca con paso acelerado.

Los momentos siguientes se han perdido en mi mente. Sin darme cuenta hemos empezado a conversar, La Chiqui y yo, en una banca rudimentaria de la plaza, mientras un olor como de almizcle nos rodea. 

La Chiqui tiene una hija y seis nietos. Al parecer, ella es quien los cuida. Todos los días, repite la misma peregrinación con ritmo religioso: viajar desde Santa Rosa, Bolívar, hasta el Centro Histórico de Cartagena. 

¿Por qué sigues vendiendo lotería en la Plaza de Bolívar si tienes que emprender semejante vía crucis?, pregunto. ”Así es la vida mijo, así es como me tocó a mí”, concluye con una sonrisa melancolica. 

Se me ha hecho tarde. Son las 3:50. No he llegado a mi entrevista. Al menos no a la que había planeado meticulosamente desde hace varias semanas atrás. Sin embargo, no todo estuvo mal. Tal vez, el insondable destino, sobre el cual suelo imponer una característica divina para aliviar mi culpa, ha decidido que hoy no entrevistaría a Jesús Abad, sino a La Chiqui.

Regreso al carro de tintos de don José. Me despido agradeciéndole por el café glorioso que me ha servido. Saludo a lo lejos a mi compañera de conversación vespertina. José y La Chiqui, cruzan la mirada y sonríen. Ha pasado la lluvia. Cartagena sigue siendo Cartagena. Voy de regreso a mi casa. Mientras tanto el día y la noche continúan para las, vidas, rostros y personajes que habitan la Plaza de Bolívar.

 
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