Bajo Grande, una historia de casas y resistencias

Desde la conformación del corregimiento de Bajo Grande, en la subregión de los Montes de María, las familias que lo habitan han mantenido su memoria histórica congelada en el tiempo, como si se tratara de cuadro de Chagall. Contra todo pronóstico, han soportado el paso del tiempo aún en medio de la violencia y el olvido. 

Bajo Grande está ubicado en la alta montaña del Carmen de Bolívar. Su arquitectura data de los años 50. Las casas construidas a lo largo y ancho de este rudimentario corregimiento, fueron elaboradas con técnicas criollas, a punta de machete artesanal, mediante el uso de diferentes especies de caña y madera muy duras, tierra, mierda de vaca y clavos. 

A primera vista, parecen ser simples casas de bahareque. No obstante, en su interior se esconden los sueños de cientos de familias que huyeron por la violencia, y las esperanzas de las que volvieron para reconstruir, en medio de la desidia, un nuevo capítulo en la historia de sus vidas.

Bahareque

Así lucen algunas de las casas en Bajo Grande. Foto por Semana.com

El fatídico recuerdo de la violencia

El miedo empezó a rondar en las polvorientas calles de esta comunidad el 7 de enero de 1996, como lo señalan algunos habitantes. Ese día, desconocidos dieron muerte a los dueños de la única tienda de la población. Días después, dos campesinos fueron asesinados. Luego, aparecieron grupos armados en las esquinas, abriendo a patadas las puertas de los vecinos que se negaban a salir a mitad de la noche para responder por lo que nada sabían.  Finalmente, el 13 de enero de ese año, los 1500 habitantes de la población decidieron marcharse para huir de la violencia.

Las familias que emigraron se distribuyeron en pueblos cercanos como San Jacinto, San Juan de Nepomuceno, Arjona, Cartagena y Barranquilla. Algunos recibieron acogida en casa de familiares, otros, a merced de la suerte y el destino, se guarecían donde los dejaran quedar. 

Luego de vender todo lo que tenían y dejar sus casas abandonadas por meses, muchos decidieron regresar por el dolor de abandonar sus hogares. Alfonso, uno de los retornados, dice que “no solo la sangre llama, también llama la tierra cuando uno está lejos”. 

Como ya lo ha dicho la investigadora Juanita León, al ubicarse en la cercanía del Carmen de Bolívar, una región que nunca fue importante para el cultivo de coca pero que sí jugó un papel crucial para el tráfico de la droga producida en la Serranía de San Lucas y en el Bajo Cauca antioqueño, Bajo Grande sufrió los altercados de una guerra que nunca iniciaron.

“Las Farc entraron a la zona en 1991 y destruyeron decenas de pueblos, volaron las torres de energía, el oleoducto Caño Limón Coveñas, atacaron estaciones de policías y bases militares, y sembraron minas por doquier”, señala León. La realización de las AUC de Carlos Castaño se equipara a los actos cometidos por el grupo guerrillero. En los corregimientos de Bajo Grande y las Palmas, los paramilitares cometieron el 28 de septiembre de 1999 una masacre que provocó el desplazamiento de casi toda la población.

Marcos y rodapiés que perfilaban fachadas e interiores. Corredores para tertuliar y ventanas corredizas. Pisos de tierra, techos de zinc y palma, y algunos detalles decorativos de influencias criollas, fueron recubiertos de polvo ante la nueva ola de desplazamientos. 

Ese día de septiembre las autodefensas convocaron a todos los habitantes del pueblo, incluidos los estudiantes de los dos colegios a un ‘consejo de guerra’. Allí llamaron con nombre propio a seis personas. Con un tiro de gracia, asesinaron a cuatro de ellos, los otros dos, por suerte, pudieron escapar. 

Desplazamiento, desminado y retorno

Así fue abandonada la gran despensa agrícola de San Jacinto, que producía unas 2000 toneladas de maíz blanco al año y 400 mil kilos de tabaco. Las familias huyeron, mientras que la otrora próspera agricultura fue transformándose en un extenso monte minado.

De acuerdo con León, dada la importancia estratégica de los Montes de María en la guerra, el gobierno de Álvaro Uribe declaró a 26 municipios de la región, incluido San Jacinto, “zona de rehabilitación” a finales de 2002. Para recuperarlos otorgó facultades extraordinarias a los militares para restablecer el orden público.

Durante más de un año, el IV pelotón de la Compañía de Desminado Humanitario realizó labores de desactivación, destrucción y limpieza de campos minados en un área de más de 100 mil metros cuadrados. Esta labor permitió el retorno a la zona de 125 de las familias desplazadas.

Hoy en día, las edificaciones albergan a más de 200 familias en el corregimiento. Algunas casas conservan sus características intactas. Otras parecieran ser bombas de tiempo esperando para ser demolidas, mientras que algunas siguen funcionando como comercios o industrias.

Súplicas y rezos

Las misiones humanitarias y de desminado no han sido suficientes para traer la tranquilidad a Bajo Grande. Foto por: La Silla Vacía

El calvario continúa

Los habitantes de Bajo Grande hoy se enfrentan a diferentes problemas. Pésimas condiciones en las vías, déficit hospitalario, y la precariedad del acceso a los servicios de energía y agua potable, son solo algunos.

En invierno, los cultivos de ñame, yuca, plátano y hortalizas son vendidos a bajos precios a intermediarios, porque no los pueden sacar y corren el riesgo de que se dañen.

Los estudiantes que reciben clases en el centro educativo también exponen sus vidas al transitar por las peligrosas vías de acceso, y cuando llueve no pueden asistir a clases.

En la comunidad aún no cuentan con un acueducto, por lo que deben abastecerse de agua a través de intermediarios, a los que le compran cada tanque de agua de 8 litros por mil pesos. 

Trochas

Durante la temporada de lluvias, el acceso a Bajo Grande se torna aún más complicado. Foto de El Universal.

Florecer y resistir

Pese a todo esto, sus habitantes mantienen la esperanza. Sueñan con una comunidad florecida. Una que se aferra y no olvida su pasado, porque respetan la memoria de sus muertos. 

En esta comunidad, la gente cree en las segundas oportunidades, por eso, lo que antes estaba plagado de minas chupavidas, ha vuelto ser, lo que siempre fue y debió ser: la tierra donde se cosecha tabaco, arroz, ñame, yuca y otros alimentos. Alimentos que curan el alma.

En Bajo Grande al igual que en sus casas, es evidente la noción de gravedad de su estructura, pues a pesar de no tener muchos clavos, como si fuera un rompecabezas, el bahareque se acopla, resistiendo así los peores desastres y el paso del tiempo.

Seguir de pie

Foto por: Semana.com

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