Manolo, una sonrisa encantadora

Su caminar nos atrae. En algunas ocasiones, nos paraliza. El giro de las ruedas de su carro de plástico rojo, dan vuelta a lo irrecuperable: el pasado. En medio de las calles de varios barrios de la ciudad, las esquinas y las relaciones, para él, son su presente y futuro. Su visión de la vida se expresa en los trazos que él dibuja en sus cuadernos.

Con una sonrisa encantadora y una personalidad impactante, así es como se le ve siempre a Manuel Enrique Ortega Pérez, quien, a sus 57 años, y con un par de canas que empiezan a asomarse, aún conserva los juveniles rasgos que hacen imposible verlo como a un hombre mayor. 

“Manolo”, como le llaman con cariño sus vecinos, vino a ver la luz del mundo por primera vez un 30 de noviembre de 1964, en un popular barrio de la ciudad de Cartagena: La Candelaria. 

Aunque vivió su infancia en un entorno difícil: violencia física, callejera, entornos insalubres, discriminación por “discapacidad” bajo la complicidad de todos aquellos que hicieron silencio frente los rechazos y afectaciones a la dignidad de quien es diferente, Manolo sigue sonriendo. 

Él, debió enfrentar muchas adversidades, pero una en especial: sobrevivir. La vida le concedió la gracia de que su hermana Magali lo tomara bajo su cargo desde los tres meses de haber nacido, aun cuando es ella misma quien relata que no contaba con las capacidades económicas para cuidar de un niño tan inquieto y callejero. Magali se encontraba todo el tiempo sin saber qué hacer ante su comportamiento, pero siempre resolvía tratarlo como a cualquier niño de su edad. 

Manolo sale de casa cada día a las seis de la mañana, por la pavimentada del sector Omaira Sánchez del barrio La Candelaria, arrastrando con una hebra de saco un pequeño carro de plástico rojo. Luego sube por la carretera de Olaya y llega a la iglesia María Auxiliadora donde los vendedores ambulantes de la zona le brindan un desayuno. 

Su ruta continúa hacia el barrio Amberes. Durante el trayecto Manolo saluda a vecinos y comerciantes. Todos conocen su habitual recorrido, su vida y sus anécdotas.

Hacia las once de la mañana llega al barrio España. Allí se sienta bajo un árbol de almendra con su carro al lado y un cuaderno que guarda con recelo dentro de su carrito, aunque más de una vez suele mostrar con orgullo todo lo que en él escribe. 

Aunque por su edad es un hombre, en su interior, Manolo es un niño que no tuvo la oportunidad de estudiar. Él padece Síndrome de Down, una alteración genética que se produce por la presencia de un cromosoma extra. 

He investigado sobre esta condición y aprendí que no te excluye de nada, y que, aunque pueda causar conmoción en los padres al principio, es algo natural. 

Durante este proceso en el que pude conocer la vida de Manolo, conocí también a muchos padres que sufrieron la discriminación de personas que no entienden que las diferencias son las que nos hacen únicos. 

Manolo no tuvo las oportunidades que tuvieron muchas de estas personas para salir adelante. Él es un personaje con carisma, alegría y tenacidad, que además de vivir con su condición de humanidad, debe enfrentarse a los martirios de una sociedad que aún se niega a admitir por completo la diferencia. 

Al sol de hoy, Manolo es uno de los personajes más queridos y apreciados del barrio La Candelaria; y por todos aquellos transeúntes, conductores y personas que se dejan llevar por el caminar de quien persigue sin tregua la vida.  

Él, junto con su inmaculada sonrisa se han convertido en parte esencial de la historia de este territorio. 

La alegría, las ganas de seguir luchando, su amor por la champeta y las fiestas lo hacen especial, y su condición de humanidad, nos hacen un espacio en su carrito de plástico rojo. 

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