Mi terruño

“Recuerdo en aquella época, cuando vivíamos felices en nuestras comunidades, donde íbamos a la escuela, jugábamos en las playas, corríamos en los patios, pajareábamos el maíz, el arroz, sin pensar nada. Como extraño aquellos tiempos.” Jenry Serna

Yo soy Jenry Serna Córdoba. Nací en la comunidad negra de Truandó Medio, el Totumo. Por allá en los años 80. Me contaron mis padres que había nacido en casa con el acompañamiento de una mujer partera de la comunidad llamada Orfelina Palacios. Mi ombligo fue enterrado en una palma de coco, la cual decía mi madre que era mía.

Crecí ahí, en el Totumo, conocida así por la cantidad de árboles de esta especie que se encontraban dispersos a la orilla de los caminos. En ese entonces había fechas muy especiales dónde se compartía en familia y entre comunidades. Se jugaba fútbol, se realizan carnavales, se celebraban los fines de año y como fecha respetada, se celebraba la Semana Santa.

En aquella época vivíamos más unidos, había trabajos comunitarios, jornadas de limpieza de los caminos, ríos, hacíamos mano cambiadas y mingas. Allá en ese terruño viví con mis padres José Armencio Serna y Rosalba Córdoba, y con mis hermanos Belisario, el blanco, Aduar y Luz Estella. 

Vivíamos muy felices, mis padres nos decían que la única obligación que teníamos era estudiar y ser personas de bien.      

Nuestras primeras clases las recibimos ahí en el Totumo. Nos tocaba caminar entre 20 a 30 minutos todos los días. Cada día de clases nos íbamos contentos disfrutando el camino. El día que llovía nos tocaba ir en pantalonetas para no ensuciar el uniforme y en ocasiones nos tocaba ir en champa* cuando el río crecía muy grande.

También teníamos nuestros momentos de diversión, aunque no había un parque recreativo, ni un centro comercial, hacíamos pangas del árbol de balso y con estas nos bajábamos "todo ese poco de pelaos" a jugar en la playa. Subíamos de la playa, jugábamos bolas y en cualquier momento escuchábamos los gritos de nuestras madres: "¡muchachos, muchachos vayan a pajarear el maíz o el arroz y vayan!" Aprovechábamos ese momento para irnos a jugar a las escondidas en el arroz o maíz, cuando de repente nuevamente escuchamos los gritos de nuestras madres: "¡muchachos, vengan a pilar el arroz y a cortar leña!". Contentos y sin mala gana nos colocábamos a pilar su arroz y a cortar la leña. 

En aquella época no había televisión, entonces aprovechamos las noches para escuchar los chistes y cuentos de los mayores. Recuerdo que a mi padre le gustaba mucho contar chistes de Pedro Urdimales, y al ir entrando la noche nos acostábamos y solo se escuchaban los ruidos de una grabadora o de un radio que mi padre tenía.

A mi padre le gustaba salir a cazar en las noches, en el día se dedicaba a las labores del campo, rozaba el plátano, maíz, arroz, aserraba y en sus momentos libres jugaba damero o fútbol. Mi madre se dedicaba a las labores de la casa, como rozar el patio, la cría de gallinas y patos, la siembra de las azoteas y a pescar con las otras mujeres de la comunidad. Fueron trece años que viví ahí en este terruño que jamás olvido.

Pero todo empezó a cambiar a finales del año 1996. Un día mi padre nos mandó a cortar plátano, yuca, ñame y a recoger frutas. Lo recuerdo como si fuera hoy. Mi padre tenía una balsa de madera de abarco en el puerto de la casa, todo lo que recogíamos lo montábamos en esa balsa. Los muchachos y yo no entendíamos porqué llevábamos tantas cosas en la balsa, como si nunca fuéramos a volver a nuestra casa. Sin embargo, mi padre sabía lo que hacía. Para entonces se rumoreaba que esas tierras iban a cambiar.

Mi padre era amante de los perros. Mi cuerpo aún se estremece cuando recuerdo los ladridos de los perros al ver que la balsa de madera despegaba del puerto, como si acaso ellos sintieran que no iban a volvernos a ver. Fueron dos días que nos echamos de la comunidad de Truandó Medio para llegar a Riosucio, rodando al ritmo de las aguas del río Truandó.

Pasamos aproximadamente unas tres semanas en Riosucio, cuando mi padre decidió mandarnos a unas tierras lejanas (Quibdó). Con gran preocupación y tristeza mi padre nos despidió, fue un viaje largo y pesado. Nos fuimos en una lancha llamada El Niño Chévere, remando contra las aguas del majestuoso río Atrato.

Y los rumores que decían que las tierras iban a cambiar, se fueron haciendo realidad.

No fue mucho el tiempo de nuestra estancia en esas tierras lejanas. Mi madre con preocupación y deseos de volver a sus tierras, decidió regresar a Riosucio. No era una época tranquila , ya todo era muy difícil y fue así cuando de regreso, mi madre se enteró que a mi padre lo habían retenido.

Mi madre estaba desesperada. Quería llegar lo más rápido posible al pueblo, pero al igual que la partida, el regreso también fue en las mismas condiciones y esta vez en una  lancha llamada la Guaicaipuro. 

Al llegar al pueblo confirmamos el rumor, no solo de su retención, sino el de que a mi padre lo habían desaparecido. Desde ese entonces nunca más volvimos a saber de él. 

Con dolor y tristeza nos tocó llorar en silencio, porque no podíamos llorar a nuestros seres queridos. Fue así como nos quedamos en esas tierras lejanas solo con el apoyo de mi madre. Ella lloraba y nos decía "¿por qué, por qué nos pasa esto si su padre no era una persona mala?" Ya no podíamos volver a nuestras casas, así como lo presentían los perros aquel día cuándo despegamos en la balsa de madera hacia Riosucio.

Los rumores que decían que nuestras tierras iban a cambiar se habían hecho realidad. Todos los que se habían quedado en la comunidad, al igual que nosotros, ahora también estaban a kílometros de distancia en tierras lejanas.

Así mismo, nos encontramos con otro fenómeno, el rechazo de algunas personas que nos decían los desplazados, los come frijoles y lentejas, eran tantos los insultos que al caminar a la escuela La Milagrosa – fundada por la lideresa social Ricardina Perea –, cuando íbamos pasando nos decían "¡ahí van los desplazados, los patirrucios de la escuela, recójanse!"

Ahí seguimos estudiando, mi madre empezó una venta de fritos, arepas y con esto nos daba el sustento,  nosotros nos dedicamos en los tiempos libres a jugar, pero también a vender bolis, arepas y paletas.

Nos fuimos adaptando a esas tierras lejanas, ahí nos quedamos. Al poco tiempo mi madre murió. Pienso que ella jamás pudo superar todo lo que le tocó vivir.

Mis hermanos y yo quedamos solos y a cada uno le tocó escoger su propio camino. Hoy tenemos nuestras propias familias y vivimos felices. 

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