El cine como herramienta para encontrar belleza en un mundo cruel: una conversación con Laura Mora

Laura Mora Ortega, una creadora audiovisual colombiana, ha sido destacada por su trabajo en el cine en los últimos años. Además de ser amante de las conversaciones, el teatro y la escritura, Ortega es una persona profundamente sensible y crítica frente al dolor y la belleza. 

Recientemente, ella se convirtió en la primera cineasta colombiana en ganar una Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián con su película "Los reyes del mundo" (2022), la cual también fue postulada por La Academia Colombiana de Artes y Ciencias Cinematográficas para representar a Colombia en los Premios Oscar 2023.

Dentro de su filmografía, Ortega cuenta con el largometraje "Matar a Jesús" (2017), por el cual ganó la mención especial en la sección de 'Nuevos directores', y series como "Frontera Verde" (4 capítulos 2019) y "El robo del siglo" (3 capítulos 2020).

Ortega nació y se crió en Medellín, Colombia, una ciudad conocida por la violencia durante los años 80. Su experiencia en esta ciudad ha sido fundamental para su trabajo en el cine, y ha marcado su perspectiva artística. En particular, la película "Matar a Jesús" está eminentemente influenciada por su experiencia personal con la violencia y la muerte en la ciudad de la eterna primavera.

Su estilo ha sido elogiado por su capacidad para crear películas poéticas, contemplativas, honestas y humanas. En entrevista con Cuatro Palabras, Ortega habló de sus experiencias en el mundo del cine, su proceso creativo y sus preocupaciones, así como su interés por retratar aquello que ama y le duele.

La obra de la cineasta colombiana ha sido reconocida no solo por su calidad cinematográfica, sino también por su capacidad para abordar temas profundos y universales desde una perspectiva personal y auténtica. Su trabajo es una prueba de que el cine puede ser una herramienta poderosa para la creación de historias que impacten y conmuevan a la audiencia.

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Laura Mora en entrevista con Cuatro Palabras, en el marco del Hay Festival 2023. Foto por: José Estupiñan

¿Cómo se acercó Laura Mora Ortega al cine y cuál fue su primera experiencia que la llevó a querer estudiar cine?

Lo que me acercó al cine fue mi mamá, una apasionada cinéfila que siempre conocía lo que estaba fuera del circuito comercial. Ella me llevó a un curso de cine del cura y crítico de cine Luis Alberto Álvarez en el Centro Colombo Americano. Fue allí donde descubrí el cine que me interesaba y lo que quería hacer el resto de mi vida. Tenía 13 años cuando vi la película colombiana "Rodrigo D. No futuro" de Víctor Gaviria en una copia de VHS y fue ahí cuando dije: "¡Quiero hacer esto!".

Comencé a buscar películas de neorrealismo italiano y otras películas que me interesaban y las veía sola en el cine. Aprendí de mi mamá que no es necesario ir acompañado para ir al cine, así que me metía mucho en el extinto teatro Libia de Medellín. Un día, en 1998, vi la película francesa "El odio" de Mathieu Kassovitz y supe que quería estudiar cine.

Me faltaba poco para graduarme del colegio y ya sabía que no quería hacer otra cosa que no fuera cine. Siempre había dirigido las obras de teatro en el colegio y sabía que era directora, tenía una postura muy clara desde pequeña. Aunque nunca había tenido una cámara en mis manos, sabía que lo mío era dirigir.

Cuando a mi papá lo matan, mi vida cambió por completo y quedé sumida en una gran depresión. Fue en ese momento que mi novio me propuso ir a estudiar a Australia. A pesar de que en un principio no tenía interés en estudiar cine, mi novio me aseguró que allí podría encontrar todo lo que buscaba. Sin embargo, no tenía dinero para costear los estudios. Para poder irme, tuve que vender mi auto, un Volkswagen, y con ese dinero compré el pasaje. Cuando llegué a Australia, comencé a trabajar como mesera y poco a poco fui ahorrando para costear mis estudios. Fue un proceso difícil, pero gracias a mi perseverancia y mi trabajo duro, logré pagar mis estudios universitarios y graduarme como directora de cine.

¿Cómo fue su experiencia al regresar a Medellín después de estudiar cine en el exterior y cómo se inició en la dirección de cine y televisión en Colombia?

Al regresar de estudiar cine me di cuenta de que tenía que reconciliarme con Medellín y aceptar que esta ciudad iba a ser parte mía por más que me doliera. Durante los cinco años que pasé en Australia no vine a la ciudad ni una sola vez.

Ya en Medellín me ofrecieron trabajo como continuista y así conocí a Carlos Moreno, quien me llamó a trabajar en una película. Él es muy inteligente, muy divertido, y coincidimos en muchas cosas. Creamos una amistad que atesoro; al terminar el rodaje me dijo: “No puedes ser más continuista, eres directora”. Me concentré en hacer un cortometraje que se llama “Salomé” (2012). Poco después Carlos me llamó y me invitó a dirigir con él la serie “Escobar: el patrón del mal” (2012). Fue una muestra enorme de confianza y grande el reto, porque no sabía hacer televisión, no sabía usar dos cámaras. Ahí me di cuenta de que no podía con el sistema con que se hace la televisión, no es lo mío. Por otra parte, sentí que todavía les daba duro a algunos que los dirigiera una mujer, y encima de eso una mujer joven, porque en ese entonces tenía 30 años.

Yo siempre pongo este ejemplo, como que, si llega un hombre joven a dirigir una empresa, sea creativa, sea lo que sea, se admira, es como “guao”, este hombre joven en esta posición. Cuando llega una mujer se le pone más en cuestión con cosas que no deberían venir, ni siquiera deberíamos mencionar. Hoy las empresas productoras, en el caso del cine, se están dando cuenta de la importancia de traer esas voces. Creo que es urgente hablar como de temas que evadimos de manera concreta, como la paridad salarial, la paridad en los equipos. Creo que hay que abrir el espectro y confiar muchísimo más en la formación que traen las mujeres, en darle la experiencia a las mujeres, en que si no nos dan la experiencia es imposible construir una experiencia. Siempre es esta cosa como de “pero no tiene experiencia”, pero si no se la das, ¿cómo la va a formar? Es imposible. 

Los productores tienen que empezar a creer en eso, porque no puedes construir una experiencia si no te dan la posibilidad de hacer y de construirla. Entonces, creo que, digamos, como cada historia es muy particular, creo que ha mejorado. Yo lo he visto en estos años, pero creo que tiene que seguir pasando. Y creo que los hombres, cada vez que están ante una mujer directora, una mujer, digamos, en un cargo de liderazgo creativo dentro de la cadena de producción audiovisual, cada que tengan una duda, deberían mirarse y cuestionarse qué tanto está pesando su propia historia, de patriarcado, de machismo, por más poquito que sea, algo está influyendo y deberían hacerse la pregunta siempre. 

¿Qué le aconsejas a todas las cineastas que se abren paso en una industria repleta de hombres?

Pues es difícil. Es difícil porque yo creo que además el cine y en general las artes no tienen fórmulas. Es como que el camino y los procesos de cada una son muy, muy distintos. Nutran su mirada. Creo que entre más auténtica sea esa mirada, más misteriosa y relevante podrá ser, y más importante y con más posibilidad de sobresalir. Sean honestas. Creo que es importante que entiendan que también hay colegas, hombres maravillosos con los que podemos colaborar. Y a los colegas hombres les digo: es importante darle lugar a la mujer, dejar de cuestionarla. Es muy fácil para el hombre creer en la mirada o en el lugar de un director hombre, simplemente por ser hombre, y constantemente se pone en cuestión la mirada femenina. Lo digo yo, que llevo 12 años dirigiendo de manera constante y creo que todavía tengo que pasar pruebas que mis colegas hombres probablemente no tienen que pasar. Pero ante eso, seguridad y convicción; seguridad en el talento, seguridad en lo que queremos decir, seguridad en cómo lo queremos decir. Y pues nada, que siga expandiéndose la igualdad y la diversidad en la mirada me parece que es fundamental.

Desde tu experiencia, ¿Cuál es la importancia del cine colombiano a nivel internacional y local? ¿Cómo se puede trabajar en la formación de público y la valoración del cine local en la sociedad?

Yo creo que si algo tiene el cine colombiano, y es algo en lo que se destaca, es que tiene mucho campo y es muy importante y relevante a nivel internacional. Es contrario de lo que pasa en casa. Creo que debería ponerse más en cuestión lo que pasa localmente que lo que pasa internacionalmente, porque el año pasado lo que vimos es que en cada festival internacional donde estuvo una película colombiana, ganó algún premio: En Berlín ganó “Alis”, en el Festival de Canes ganó “La Jauría”, en el Festival de Venecia ganó “Anhell” 69 de Teo Montoya. Luego ganamos nosotros con “Los Reyes del Mundo” en una categoría de sección oficial en un festival clase A, nos trajimos este premio. Donde pasó el cine colombiano dio de qué hablar, fue reconocido y fue galardonado. 

Es diferente a lo que pasa en casa y yo creo que es importante la formación de público, es importante enseñarle al público en general a entender que el cine no es solo entretenimiento, que el cine es una forma de pensar, de sentir y de ver el mundo; que muchas veces va a doler y que muchas veces nos va a incomodar. Es importante ver cine local. Vemos muy poco cine local. “Los Reyes del Mundo” por ejemplo, fue una película a la que le fue muy bien, pero cuando pones eso y la comparas con la película blockbuster que estaba en su momento, pues es abismal la diferencia. 

La solución no puede ser que tengamos que hacer películas como ellos. En realidad, tenemos que formar audiencias que entiendan que el cine no es solo eso, sino que también es esto otro y que es sumamente importante en la construcción social.

Relacionado a esa última frase, ¿Haces cine pensando en ofrecer un valor social?

No necesariamente. El cine no tiene que comprometerse con una pedagogía ni tiene que comprometerse con una función social. El cine como experiencia estética entendida desde lo más espiritual, puede tener la posibilidad de aportar a tu mirada para que tu visión sobre el mundo sea un poco más crítica y más sensible. Eso no implica un componente pedagógico. 

¿Cómo crees que están afectando las plataformas OTT al cine colombiano y cómo ve el panorama a futuro?

Creo que en el mundo de hoy esas dos cosas tienen que coexistir. Es decir, no le puedes quitar a la gente que quiere ir al cine la experiencia de la sala, la experiencia puramente cinematográfica, y no le puedes quitar tampoco la experiencia de ver películas a la gente que no quiere ir al cine, o no tiene tiempo, o no le interesa. En mi caso, yo construyo la película para la sala de cine, construyo la imagen para la sala de cine, construyo el sonido para la sala de cine, y para mí es la experiencia más pura. Eso no quiere decir que me niegue a la posibilidad de que la película esté en una plataforma, pero tampoco quiere decir que quiero hacer una película que solo salga en la plataforma.

Para mí las dos cosas tienen que coexistir. Mi última película no podía ser una película solo de plataforma, no está construida para eso, está construida como una experiencia muy de los sentidos que yo creo que alcanza su nivel máximo en la sala. Pero obviamente Netflix tiene un alcance al que el cine ya no tiene, lastimosamente. 

Me encantaría que en cada barrio hubiera una sala de cine y que la gente siguiera entendiendo esa experiencia de la sala como una experiencia de los sentidos o como una experiencia casi que espiritual. 

Para mí ir al cine ha sido como ir a la iglesia, ha sido un templo. Y bueno, creo que en el mundo de hoy no pueden competir, pero tampoco pueden negarse una a la otra. Por lo menos en lo que yo quiero hacer, no quiero jamás hacer una película que vaya directamente a una plataforma. Quiero una película que primero salga a las salas y que después pueda ser vista en la plataforma.

Sobre Los Reyes del Mundo

La película “Los Reyes del Mundo”, ha llamado la atención del público con su combinación de realismo duro y mirada poética. La película sigue a cinco jóvenes de Medellín que viajan hacia el territorio de Bajo Cauca para recuperar terrenos expropiados a la abuela de uno de ellos, enfrentándose en el camino a la violencia y la pobreza.

Mora escogió a cinco actores no profesionales para interpretar a los protagonistas, lo que añade una dimensión iniciática a la película. La trama se enfoca en la "restitución de tierras", un tema relevante para las víctimas del conflicto armado colombiano. Para Mora, la película tiene una resonancia especial en el actual contexto político de Colombia, con la presidencia de Gustavo Petro y el debate sobre el tema de las tierras.

Pero más allá del trasfondo político, la película destaca por su mirada poética y prácticamente alegórica. Mora la describe como una "épica punk", interesada en ir más allá de la imagen realista. La directora también destaca la influencia del cine de Theo Angelopoulos, en particular su habilidad para detener todos los tiempos dentro del mismo plano.

Para Mora, Los Reyes del Mundo es una película personal que expresa su filosofía. 

¿Cómo surge Los Reyes del Mundo?

Un día decidí tomar un carro y dejarme llevar por la carretera, sin un destino fijo. Terminé en la costa Atlántica, partiendo desde Medellín. Durante el trayecto, llegué a una zona que siempre me había llamado la atención, el Alto de Ventanas. La neblina cubría el lugar y el río Cauca sonaba abajo. Me pregunté quién habría tenido la idea de adentrarse en ese lugar salvaje que parecía no estar destinado para el hombre. Fue allí, en el Bajo Cauca, donde empezaron a llegarme imágenes de unos chicos haciendo daños. La impresión fue tan fuerte que tuve que parar en Puerto Valdivia, saqué mi cuaderno y anoté: "Chicos haciendo daños, reclamando un mundo. Chicos vengándose del mundo, somos los reyes del mundo".

En ese momento, estaba enfocada en terminar mi película "Matar a Jesús", así que guardé la idea de lado. Sin embargo, en 2017 decidí retomarla y empecé a escribir un tratamiento. Llamé a mi amigo documentalista, Manuel Villa, quien es de Santa Rosa de Osos, y hablamos sobre la historia de violencia en el norte de Antioquia. También hablé con los chicos que viajaban por carretera entre Medellín y la Costa, quienes me contaron cómo en todas partes eran recibidos con amor y siempre encontraban a alguien que les diera un poco de pan, agua o refugio.

A partir de esas conversaciones, comencé a construir esas especies de islas donde los personajes llegan, esos oasis del afecto donde les enseñan algo de la vida.

En la película, se puede sentir mi contradicción interna: por un lado, el mundo me parece un lugar horrible, pero por otro, me encanta la vida. Tengo mucha esperanza en ese sentido, pero no soy optimista. La esperanza no excluye la derrota.

El trabajo con actores naturales es sobre todo un reto de "confianza" y "honestidad". ¿Cómo fue trabajar con ellos?

Pues yo vengo de hacer cine así hace mucho. Digamos que todos mis cortos, incluso los que hice en Australia, fueron con actores naturales. Mi anterior película, “Matar a Jesús”, fue con actores naturales. Exige un grado de compromiso absoluto, de respeto, pero también de mucha honestidad con el otro. Es decir, nosotros no entramos a cambiarle la vida a nadie porque no tenemos esa posibilidad. Entonces, dejamos siempre muy claro eso. Yo siempre digo he tratado de ofrecer mi amistad, que es lo más puro y honesto que puedo ofrecer. En esta película ha sido muy particular porque en general creo que los chicos lo han entendido muy bien. 

Hemos celebrado los triunfos, hemos acompañado sus procesos. Davidson, que es Sere en la película, que es el chico que tiene la discapacidad en el brazo, su sueño era aprender a manejar y le ayudamos a hacer todo para que sacara el pase, y ahora sacó el pase con discapacidad, aprendió a manejar y va en camino de su sueño.

Brahian, que es Nano en la película, quiere volver a estudiar, estamos en ese proceso. Cristian, que es Culebro en la película, le gustó un montón el trabajo en el departamento de luces. Ahora va a trabajar en una peli. Andrés tuvo la oportunidad de trabajar como asistente de dirección en una película. O sea, vivimos muy pendientes de los procesos de ellos, de celebrarlos, de acompañarlos. Pero también sabemos que prometer cambiar la realidad sería muy falso. No tenemos esa posibilidad y creo que esa es una verdad que siempre ha estado de antemano. 

¿Por qué el cine es importante para la persona que lo hace y cómo puede influir en la forma en que las personas ven y entienden el mundo que las rodea?

Yo hago cine porque es la manera como he encontrado para comunicarme con el mundo, para sacar mis dolores, para sacar mis temores, para hablar de aquello que me duele, me preocupa o me genera un amor profundo en general.

Sobre todo, para encontrar belleza para mí. Encontrar belleza en un mundo que insisten en la crueldad o en la competencia es la manera de sobreponerme a ello. Entonces, yo tampoco estoy como pensando el cine como una entidad social. Lo que pasa es que el cine provoca unas reflexiones tan profundas que puede repercutir en eso y hacer eco en eso, y ya es cuestión de cada individuo construir eso y que eso repercuta en ellos. 

Andrés Castañeda en algunas entrevistas ha planteado que el cine le da esperanza, eso es bellísimo, pero el mundo es tan duro que por eso es importante haber sido siempre tan honesta frente a que eso no significa que la vida cambia. La película no puede cambiar la vida de estos chicos, porque así de dura es la realidad. La realidad es horrorosa. Lo que sí puede permear es cambiarles en ello, aportarles a su mirada y a su relación con el mundo, a tener confianza en ellos, a darse cuenta de que son increíblemente talentosos, pero no talentosos para actuar, talentosos para la vida, que pueden ser valorados y valorar a los otros, que pueden tener un poquito más de compasión, que pueden entender el mundo de una manera distinta.

Pero esas son cosas que pasan con el arte y no porque el arte nazca desde una responsabilidad social, sino porque el arte nace desde una reflexión muy profunda sobre la condición humana. Entonces te da una luz sobre el entendimiento de esa complejidad. A mí me inquieta la condición humana y me duele el mundo que habito. Yo reflexiono sobre eso y si a alguien ahí afuera le puede dar una luz sobre el mundo que habitamos, pues es hermoso. 

¿Cómo relacionas el perdón con tu filmografía y con tu vida misma?

En nuestra sociedad, se nos ha pedido que perdonemos mucho debido a nuestro trasfondo católico, y creo que es un requisito demasiado grande en una sociedad tan herida. Creo que debemos permitirnos decir "no te perdono, pero te permito vivir con tu diferencia". Para mí, es imposible perdonar a aquellos que mandaron a matar a mi padre. No estoy estancada o amargada por eso, es más una postura política. No tengo por qué perdonar a alguien que tuvo la vileza de mandar a matar a alguien y, además, pagarle a un joven mal nutrido, mal educado y necesitado para que disparara la bala. No los perdono por el sicario ni por mi padre.

Al final de mi película, hablamos de una tierra desangrada, herida y en ruinas debido a la ausencia del Estado. Un pequeño gesto que se muestra es cuando los personajes van por el río y ven un puente sin terminar, que pudo haber unido a una comunidad, pero se abandonó. La ruina y lo ruin van de la mano.

¿En qué nuevo proyecto estás trabajando? 

Pues ahora mismo estoy metida en “Cien Años de Soledad”, la serie adaptación de Netflix. Voy a estar dirigiendo unos capítulos y estoy absolutamente metida en ese universo. Y tengo dos proyectos míos como directora desarrollándose lentamente. Yo soy muy mala para sacar muchas cosas al mismo tiempo, no me gusta. Además, con La Selva Cine, que es la productora que tenemos con Miranda Torres y Daniela Abad, estamos produciendo la primera ficción de Daniela, que ha hecho dos documentales, “Carta a Una Sombra” y “The Smilling Lombana”. Entonces, hay mucha cosa andando.

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